jueves, 16 de abril de 2015

El ministerio del Espíritu en llenar o La Plenitud del Espíritu.

Los ministerios del Espíritu. Anexo 1: La Plenitud del Espíritu.

7.- El ministerio del Espíritu en llenar o La Plenitud del Espíritu.

Innegablemente se puede ver en el libro de los Hechos de los Apóstoles que la llenura del Espíritu era la experiencia de los primeros cristianos. Por consiguiente, podemos llegar a un entendimiento claro de lo que es “la plenitud del Espíritu” por el estudio de la Palabra de Dios.
Se nos presenta un campo ilimitado cuando se nos dice que podemos ser “transformados en la misma semejanza (de Cristo), de gloria en gloria, así como por el Espíritu del Señor” (2 Cor. 3:18).
Según las Sagradas Escrituras, el ideal divino es el creyente lleno del Espíritu. Se encuentra en el Nuevo Testamento un mandamiento directo: “Y no os embriaguéis con vino, en el cual hay disolución, sino antes sed llenos del Espíritu” (o, de una forma más literal, “dejad que el Espíritu os llene continuamente” (Ef. 5:18).
Aquí la forma del verbo difiere de la que se usa en conexión con los demás ministerios del Espíritu. El cristiano ha nacido, ha sido bautizado, habitado, y sellado por el Espíritu; pero debe ser llenado continuamente del Espíritu.
Por consiguiente, para experimentar la verdadera espiritualidad el cristiano tiene que ser lleno y mantenerse lleno del Espíritu. Puede ser que la iniciación en esta vida controlada por el Espíritu vaya acompañada de una experiencia, o puede ser que no.
El “Espíritu” es la causa de toda espiritualidad verdadera. Su obra es manifestar a “Cristo, el cual es nuestra vida” de tal manera que uno puede decir: “Porque para mí el vivir es Cristo”; pero el poder suficiente que hace posible dicha vida en que Cristo se ve en nosotros, es el Espíritu de Dios que nos habita, pues es el resultado de la plenitud del Espíritu.
Es importante notar que tres veces en el Nuevo Testamento el efecto de las bebidas alcohólicas se contrapone a la vida llena del Espíritu (Luc. 1:15; Hech. 2:12-21; Ef. 5:18). Como el alcohol estimula las fuerzas físicas y los hombres son inclinados a tomarlo para que les ayude en sus situaciones difíciles, de la misma manera que el hijo de Dios, enfrentando la responsabilidad sobrehumana de un andar y servicio celestial, se dirige al Espíritu quien es la fuente de todo poder y suficiencia. Cada momento en la vida espiritual se presentan demandas sobrehumanas y existe una necesidad desmedida de parte del creyente. Por tanto, es menester recibir y emplear constantemente la provisión de poder y gracia que se nos ofrece. Ser lleno del Espíritu es tener el Espíritu cumpliendo en nosotros todo lo que Dios propuso que hiciera cuando nos lo dio. Ser lleno de El no es el problema de recibir más del Espíritu: antes bien, es la cuestión de que el Espíritu tome más de nosotros.
Nunca tendremos más del Espíritu que la unción que cada cristiano ya ha recibido. Por otra parte, el Espíritu puede controlar todo el creyente y así manifestar en él la vida y el carácter de Cristo. De manera que la persona espiritual es aquella que experimenta el propósito y plan divino en su vivir diario por medio del poder del Espíritu que le habita. El carácter de dicha vida será la manifestación de Cristo. La causa de ella será la obra del Espíritu no impedido en nosotros (Ef. 3:16-21; 2 Cor. 3:18).
Se ve claramente en el Nuevo Testamento lo que el Espíritu produciría en una vida bien ajustada, y esta revelación en su totalidad constituye la definición bíblica de la verdadera espiritualidad. Tales empresas se asignan específicamente al Espíritu, y son Sus manifestaciones en el cristiano y por medio de él.

SIETE MANIFESTACIONES DEL ESPÍRITU.
Las manifestaciones del Espíritu son siete, las cuales se experimentan únicamente por los creyentes llenos del Espíritu; porque en las Escrituras, estos resultados nunca se relacionan con cualquier ministerio del Espíritu sino con el de la plenitud. Las siete manifestaciones del Espíritu son:
l. El Espíritu produce un carácter cristiano.
2. El Espíritu produce servicio cristiano.
3. El Espíritu enseña.
4. El Espíritu promueve alabanza y acción de gracias.
5. El Espíritu guía.
6. El Espíritu da testimonio con nuestro espíritu.
7. El Espíritu intercede por nosotros.

l. El Espíritu produce un carácter cristiano.
“Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza, dominio sobre sí mismo” (Gal. 5:22, 23).
Comprendida en estas nueve palabras tenemos no solamente una declaración exacta de lo que es el carácter cristiano, sino también una descripción del proceder de Cristo mientras vivía en la tierra. También, es una revelación de aquella norma de vida tan elevada que El desea que experimente el cristiano ahora mismo. Estas nueve palabras forman una definición bíblica de lo que significa la frase, “Porque para mí el vivir es Cristo”. Por lo tanto, el carácter cristiano no se desarrolla ni se edifica por medio de la atención y energía humanas.

2. El Espíritu produce servicio cristiano.
Así como la razón humana no es útil para conocer la enseñanza bíblica, la cual es espiritual, así también el servicio cristiano ha de ser el ejercicio directo de la energía del Espíritu por medio del creyente. “De adentro de él fluirán ríos de agua viva. Esto empero lo dijo respecto al Espíritu” (Jn. 7:38-39). La energía humana jamás producirá “agua viva”, y mucho menos “ríos” de ella. Semejante obra se relaciona con el Infinito. Lo más que podría hacer el ser humano seria servir de canal, o instrumento, a fin de que el poder divino fluya por su medio.
El mismo servicio del cristiano, igual que su salvación, ha sido diseñado en el eterno plan y propósito de Dios: “Porque hechura suya somos nosotros, creados en Cristo Jesús para las buenas obras, las cuales había Dios antes preparado, para que anduviésemos en ellas” ( Ef. 2:10). Según este mensaje, Dios ha preparado anticipadamente un servicio muy especial para cada individuo, y el desempeño de los ministerios particulares e individuales constituye “las buenas obras” de conformidad con la opinión divina.
Según la enseñanza del Nuevo Testamento el servicio del cristiano es el ejercicio de un “don”. Es más bien el Espíritu queriendo lograr un fin, y usando al creyente para hacerlo; y no el creyente deseando hacer algo, y pidiendo la ayuda de Dios en la tarea. Es “la obra del Señor en la cual la Escritura nos exhorta que abundemos. Según la Palabra de Dios el Espíritu produce el servicio cristiano de igual manera que produce las virtudes de Cristo en y por medio del creyente.
Por lo tanto, un “don” es una “manifestación del Espíritu”, o un servicio divinamente producido por el Espíritu “conforme él quiere”. Por consiguiente, es claro que el creyente no puede experimentar el libre ejercicio del “don” de Dios si no le rinde a Él su vida.

3. El Espíritu enseña.
El Espíritu como el maestro que enseña al creyente se describe por las palabras de Cristo en Juan 16:12-15: “Tengo todavía muchas cosas que deciros, mas ahora no las podéis llevar. Más cuando viniere aquél, el Espíritu de verdad, él os guiará al conocimiento de toda la verdad; porque no hablará de sí mismo (de su propio mensaje), sino que todo cuanto oyere hablará; y os anunciará las cosas venideras. El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo anunciará. Todo cuanto tiene el Padre, mío es; por tanto os dije que tomará de lo mío y os lo anunciará”.
Aquí se promete que el hijo de Dios puede entrar en el reino más elevado de la verdad conocible como se revela en la Palabra de Dios. “Todo cuanto tiene el Padre” se incluye en las cosas e Cristo “las cosas venideras” y, éstas constituyen el campo infinitamente extenso en el cual el creyente puede ser guiado por el Maestro divino.
“Pero nosotros hemos recibido... el Espíritu que es de Dios; para que conozcamos las cosas que nos han sido dadas gratuitamente por Dios” (1 Cor. 2:12). “Más en cuanto a vosotros, la unción que de él habéis recibido, permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe: al contrario, así como su unción os enseña respecto de todas las cosas, y es verdad y no mentira, y así como ella os ha enseñado, así vosotros  permanecéis en él” (l Jn.2:27).
Más allá del alcance de la sabiduría humana hay cosas “que ojo no vio, ni oído oyó, y jamás entraron en pensamiento humano…, pero a nosotros nos las ha revelado Dios por medio de su Espíritu” Pero, esta verdad se revela solamente a los cristianos espirituales.

4. El Espíritu promueve alabanza y acción de gracias.
Inmediatamente después de la exhortación que se encuentra en Ef. 5:18 a que seamos “llenos del Espíritu”, se nos da una descripción de los resultados normales de dicha plenitud: “Hablando entre vosotros con salmos e himnos y canciones espirituales, cantando y alabando en vuestros corazones al Señor, dando gracias siempre por todas las cosas, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, al Dios y Padre nuestro”.
Se deduce, entonces, que la acción de gracias por todas las cosas y la alabanza a Dios representan la obra del Espíritu en aquel a quien ha venido a morar.

5. El Espíritu guía.
Se nos dice en Rom. 8:14: “Porque todos cuantos son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios”.
Se puede decir que ésta es la experiencia normal del cristiano según el plan de Dios. De igual manera, es verdad que algunos cristianos son anormales en que no son guiados constantemente por el Espíritu; porque así se nos revela en Gál. 5:18: “Mas si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo sistema de ley”. El andar conforme al Espíritu, o sea la vida que es guiada por el Espíritu, es una de las grandes nuevas realidades que pertenecen a esta presente dispensación de la gracia. Sin embargo, algunos cristianos están muy lejos de esta bendición, pues su vida diaria se amolda y se conforma más bien al orden y las relaciones de la dispensación ya pasada.
Una de las glorias magnas de la presente edad es ésta, que el hijo de Dios quien es ciudadano del cielo, puede vivir una vida sobrenatural, en perfecta armonía con su llamamiento celestial, por medio de su constante andar en el Espíritu. No todos los creyentes experimentan la intima direcci6n del Espíritu, porque dicha dirección depende de la buena voluntad de parte del creyente para seguir, yendo a  dondequiera que El nos guie en Su sabiduría infinita.

6. El Espíritu da testimonio con nuestro espíritu.
Se nos dice en Rom. 8:16: “El Espíritu mismo da testimonio juntamente con nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios”. Según el significado primario de este versículo, el Espíritu da testimonio con nuestro espíritu hacia Dios. También, es muy claro que El da testimonio a nuestro espíritu tocante a todo lo que tenemos en virtud de nuestra relación con Dios como Sus hijos. Este ministerio de dar testimonio de parte del Espíritu se menciona otra vez en Gál. 4:6: “Y por cuanto sois hijos, ha enviado Dios el Espíritu de su Hijo en vuestros corazones, clamando: ¡Abba, Padre!”
Por medio de esta particular manifestación del Espíritu las cosas invisibles llegan a ser dichosamente reales.

7. El Espíritu intercede por nosotros.
La promesa al respecto se registra en Rom. 8:26 Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles”. Este ministerio se refiere a una particular forma de oración. La intercesión debe considerarse como limitada al ministerio en que uno se pone entre Dios y su prójimo. Es una oración a favor de otros. Bajo tales condiciones, no sabemos cómo orar como se debe, pero el Espíritu ayuda nuestra flaqueza. En sí mismo el creyente está menos preparado para orar por otros que cualquier otra cosa, pero la intercesión por sus semejantes es uno de los ministerios mis grandes que le han sido encomendados al hijo de Dios. Podemos familiarizarnos con la Palabra que predicamos; pero el campo de la intercesión es nuevo, desconocido e inescrutable. Muy pocos cristianos han entrado en dicho ministerio de oración pero todos pueden entrar.

ENTONCES ¿QUE ES   VERDADERA LA ESPIRITUALIDAD?
Al concluir, se puede decir que un cristiano espiritual es un cristiano lleno del Espíritu, en quien el Espíritu no contristado manifiesta a Cristo, produciendo en él el verdadero carácter cristiano, que es “el fruto del Espíritu; dándole poder para el verdadero servicio cristiano por medio del ejercicio de un “don del Espíritu”; por medio de instrucción personal en la Palabra de Dios; inspirando verdadera alabanza y acción de gracias; guiando al creyente en un continuo andar “en el Espíritu”, convirtiendo en un verdadero éxtasis celestial del corazón, todo lo que ha sido aceptado por fe, es decir, las posiciones y posesiones en Cristo; e inclinando, iluminando y habilitando al creyente en la oración de intercesión.
La espiritualidad verdadera comprende las siete mencionadas manifestaciones del Espíritu en y por medio del que llena. No es meramente la cesación de las cosas que se llaman “mundanas” sino la producción de la vida divina. No consiste en lo que no se hace, sino en lo que se hace. No es supresión, sino expresión. No es mantenerse en el “yo” sino vivir a Cristo. La persona no regenerada no se salvaría si dejara de pecar: todavía le faltarían el nuevo nacimiento y la vida eterna. Del mismo modo, el cristiano no llegaría a ser espiritual, si se abstuviera de toda la mundanalidad: porque le faltarían todas las manifestaciones del Espíritu.
Es la obra del Espíritu producir en el creyente una vida de carácter celestial. Dicha vida es inimitable; sin embargo, comúnmente se supone que la espiritualidad consiste en luchar para observar ciertos reglamentos, o para imitar un ideal celestial. La espiritualidad no se obtiene luchando: tiene que apropiarse. No es la imitación de un ideal celestial, sino la impartición del poder divino que tan sólo puede realizar ese ideal. “La letra mata, mas el Espíritu da vida”. La Palabra escrita revela el carácter de la vida espiritual y exhorta a que se cumpla; pero con la misma fidelidad revela que la vida puede realizarse únicamente por el poder de Dios. Hemos de servir “en novedad de espíritu, y no en vejez de Letra”. Muy poca bendición hay para el cristiano hasta que abandona el principio de vivir por reglas y aprende a andar por el Espíritu, en fresca e ininterrumpida comunión con Dios.
Es posible ser nacido del Espíritu, bautizado con el Espíritu, habitado por el Espíritu, sellado con el Espíritu, sin experimentar la plenitud del Espíritu.
Los primeros cuatro ministerios se cumplieron perfectamente en cada creyente desde el momento en que fue salvado; porque dependen de la fidelidad del Padre para con Su hijo. El último ministerio que acabamos de mencionar, o sea, la plenitud del Espíritu, no se ha experimentado por todos los cristianos; porque este ministerio depende de la fidelidad del hijo para con su Padre. Es la obra normal del Espíritu llenar al que se encuentra bien relacionado con Dios. El cristiano siempre será lleno mientras haga posible la obra del Espíritu en su vida.

De acuerdo con la enseñanza de la Palabra de Dios hay tres condiciones por las cuales el cristiano puede ser espiritual o lleno del Espíritu, dos de ellas se relacionan directamente con el asunto del pecado en la vida diaria del creyente, y la otra se relaciona con su rendición a la voluntad a Dios. Consideraremos estas condiciones en el siguiente anexo.
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sábado, 11 de abril de 2015

EL CONOCIMIENTO DEL ESPÍRITU DE DIOS.


                Isa 40:13  “¿Quién enseñó al Espíritu de Jehová, o le aconsejó enseñándole?”
 Introducción.
 Al cristiano se le llama así porque está relacionado con Cristo; pero “el hombre espiritual” además de su relación con Cristo para la salvación, es espiritual porque está relacionado con el Espíritu. Por lo tanto, cualquier esfuerzo para descubrir la espiritualidad verdadera (vivir  o andar en el espíritu) debe basarse sobre un entendimiento claro de la revelación bíblica concerniente al Espíritu y sus diferentes relaciones con los hombres. Examinemos entonces estas relaciones a las cuales les podemos llamar: Ministerios del Espíritu.

Los Ministerios del Espíritu.
Las relaciones finales y permanentes del Espíritu para con los hombres se revelan bajo siete ministerios; de los cuales, dos son para el mundo incrédulo; cinco son para todos los creyentes.
1.- El ministerio restrictivo del Espíritu.
2.- El ministerio del Espíritu para convencer al mundo de pecado, y de justicia, y de juicio.
3.- El ministerio regenerador del Espíritu.
4.- El ministerio del Espíritu como morador del creyente.
5.- El ministerio del Espíritu para bautizar.
6.- El ministerio del Espíritu para sellar.
7.- El ministerio del Espíritu en llenar.
Examinemos lo que la Escritura dice acerca de cada uno.

1.- El ministerio restrictivo del Espíritu. (2 Tes. 2:6-8)
Este es el único pasaje que trata de este aspecto de la obra del Espíritu. En dicho pasaje, el Apóstol acaba de exponer el hecho de que, inmediatamente antes del regreso de Cristo en Su gloria, habrá una apostasía y el “hombre de pecado” se revelaría, “el cual se opone a Dios, y se ensalza sobre todo lo que se llama Dios, o que es objeto de culto”.
Se dice a continuación: “Y ahora sabéis lo que lo detiene, para que sea revelado a su propio tiempo. Porque el misterio de iniquidad está ya obrando; sólo que hay quien ahora  lo detiene, y lo detendrá, hasta tanto que sea quitado de en medio: y entonces será revelado el inicuo, a quien el Señor Jesús matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su advenimiento”.
Aunque no se menciona la identidad del que detiene la manifestación del “hombre de pecado” es obvio que ningún poder humano puede hacerlo, solamente Dios mismo y siendo el Espíritu el Agente Divino activo en la presente dispensación, se deduce que este pasaje se refiere al Espíritu de Dios. Es evidente que es el Espíritu de Dios quien detiene los proyectos del “hombre de Satanás” hasta el tiempo señalado por Dios. Aquella relación particular o Presencia que comenzó con la Iglesia y ha continuado con ella, cesará naturalmente cuando sea quitada la Iglesia. Siendo Dios omnipresente, el Espíritu quedará en el mundo, pero Su ministerio presente y Su permanencia en la Iglesia habrán sido cambiados. El Espíritu estaba en el mundo antes del Día de Pentecostés; sin embargo, se nos dice que aquel día El vino conforme a la promesa de Cristo. Vino en el sentido de que inició una permanencia distinta en la iglesia -el cuerpo de creyentes- y un ministerio nuevo en el mundo. Este ministerio se terminará cuando la Iglesia sea arrebatada, y Su permanencia concluirá cuando Su templo de piedras vivas sea quitado. Así se puede concluir que la retirada del Espíritu será la reversión de Pentecostés, y no implica Su ausencia completa del mundo. Antes bien volverá a sostener las mismas relaciones y obrar lo mismo como lo hizo durante la dispensación anterior. Hay evidencias irrefutables de la presencia y poder del Espíritu en el mundo después del rapto de la Iglesia. La influencia restrictiva se retirará y la Iglesia será arrebatada en un tiempo futuro, aunque cercano, que sólo Dios sabe y entonces a las fuerzas de las tinieblas se les permitirá manifestarse en plenitud para luego enfrentar el juicio final.
Una evidencia del poder del Espíritu para detener el mal puede notarse en el hecho de que los hombres por profanos que sean no blasfeman libremente el nombre del Espíritu Santo. Hay un poder en el mundo que impide el desarrollo completo de la maldad, y este es uno de los ministerios del Espíritu.

2.- El ministerio del Espíritu para convencer al mundo de pecado, y de justicia, y de juicio.
 Este ministerio, por su propia naturaleza, tiene que ser una obra con los individuos que están en el mundo, y no con el mundo entero como conjunto.
Juan 16:8-11 dice así: “Y cuando él haya venido, convencerá al mundo de pecado, y de justicia, y de juicio: de pecado, porque no creen en mi; de justicia, porque me voy al Padre, y no me veréis más; de juicio, porque el príncipe de este mundo ha sido ya condenado”
Este pasaje revela tres aspectos de dicho ministerio del Espíritu.
A) El Espíritu ilumina la mente del inconverso con respecto al pecado. “De pecado, porque no creen en mi” El juicio completo del pecado ha sido tratado y consumado en la cruz, donde murió Jesús por nuestros pecados (Jn. 1:29). Por lo tanto, al hombre perdido es menester hacerle ver que, a causa de la cruz, su responsabilidad presente es aceptar el remedio que Dios ha provisto por sus pecados.
En este ministerio, el Espíritu no le avergüenza en cuanto a sus pecados; pero le revela el hecho de que hay un Salvador, a quien puede recibir o rechazar.
B) El Espíritu ilumina al inconverso con respecto a justicia. Para la gente mundana es extraño que la justicia perfecta pueda ganarse simplemente por creer en Jesús, sin embargo, cada alma perdida debe sentir, hasta cierto punto, esta gran posibilidad, si ha de constreñirse a acudir a Cristo y abandonar toda confianza en sí mismo. Eso es lo que hace este ministerio del Espíritu.
C) El Espíritu ilumina al inconverso para que entienda que el juicio divino ya se llevó a cabo; porque “el príncipe de este mundo ha sido ya condenado”. Mediante dicha iluminación el inconverso es conducido a reconocer que el problema no consiste en lograr que Dios se haga misericordioso en cuanto al juicio de sus pecados: al contrario, los pecadores han de creer que este juicio ya se efectuó y solamente les toca descansar en la victoria inapreciable que ha sido ganada para ellos. Al mundo se le hace saber que todo el poder de Satanás sobre el hombre a causa de sus pecados ha sido roto, de tal manera que Dios, puede ahora recibir y salvar a los culpables si ponen su fe en Jesús.
Indudablemente, es el propósito de Dios que el Espíritu se valga de los instrumentos que se digna escoger para iluminar al mundo con respecto al pecado, la justicia y el juicio. Puede usar un predicador, una porción de las Escrituras, el testimonio de un cristiano, o un tratado; pero tras todos estos medios humanos está la operación efectiva del Espíritu.

3.- El ministerio regenerador del Espíritu.
Este y los tres ministerios sucesivos del Espíritu se relacionan con la salvación de aquel que cree en Cristo. Es nacido del Espíritu (Jn. 3:6), y ha llegado a ser un hijo legitimo de Dios. Ha llegado a ser participante  “de la naturaleza divina” y, “Cristo, la esperanza de gloria”, ha sido engendrado en é1. Siendo un hijo de Dios, es también heredero de Dios, y coheredero con Cristo Jesús. Esta nueva naturaleza divina ha sido implantada más hondamente en su ser que la naturaleza humana que recibió de sus padres. Tal transformación se lleva a cabo cuando cree, y nunca se repite; porque la Biblia no enseña nada respecto a una segunda regeneración por el Espíritu.

4.- El ministerio del Espíritu como morador del creyente. 
El hecho de que ahora el Espíritu mora en cada creyente es una de las características más sobresalientes de esta edad. Es uno de los contrastes más importantes entre la dispensación de la ley y la de la gracia.
Es el propósito divino que bajo la gracia, la vida del creyente se viva mediante el poder inquebrantable del Espíritu. Este don era considerado por los primeros cristianos como un hecho fundamental que caracterizaba el nuevo estado del creyente.
El hecho de que el Espíritu mora en el creyente no se revela por medio de ninguna experiencia; no obstante, es el cimiento sobre el cual dependen todos los demás ministerios del Espíritu para el hijo de Dios. Es imposible comprender el plan y la provisión de Dios para una vida de poder y bendición, si uno ignora la revelación especifica  que manifiesta dónde está el Espíritu ahora en relación al creyente. Es menester que se entienda y se crea de todo corazón que el Espíritu reside ahora en el verdadero hijo de Dios, y que lo hace desde el momento que se salva porque la Biblia lo enseña explícitamente. Unos pasajes de la Escritura bastarán para indicar la enseñanza bíblica en cuanto a este tema.
Juan 7:37-39: “Y en el último día, el gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie, y clamó, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de adentro (la vida interior) de él fluirán ríos de agua viva. Esto empero lo dijo respecto del Espíritu, que los que creían en él habían de recibir; pues el Espíritu Santo no había sido dado todavía, por cuanto Jesús no había sido aún glorificado”. En este pasaje se encuentra la promesa especifica que todos los que creen en Cristo durante la presente dispensación reciben el Espíritu cuando creen.
Romanos 5:5: “Porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones, por medio del Espíritu Santo que nos ha sido dado”.
Romanos 8:9: “Vosotros empero no estáis en la carne, sino en el Espíritu, si es así que el Espíritu de Dios habita en vosotros: mas si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de é1”. Es obvio que aquí se hace referencia al Espíritu que mora en el creyente. Su presencia no es solamente una prueba del mero hecho de la salvación, sino que cada avivamiento del cuerpo mortal depende de “su Espíritu que habita en vosotros” (v. 11).
Romanos 8:23 “Y no tan sólo así (la creación entera), sino que nosotros también, que tenemos las primicias del Espíritu”. Aquí no se hace referencia a un grupo especial de cristianos. Todos los cristianos tienen “las primicias del Espíritu”.
1 Corintios 2:12: “Pero nosotros hemos recibido.... el Espíritu que es de Dios”. Otra vez observamos que todos los creyentes han recibido al Espíritu, y no meramente un grupo de ellos.
I Corintios 6:19-20: “¿Acaso no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, el cual tenéis de Dios? Y no sois dueños de vosotros mismos; porque fuisteis comprados a gran precio; glorificad, pues, a Dios con vuestro cuerpo (y con vuestro espíritu que son de Dios)”.
Estas palabras no se refieren a un grupo muy santo de cristianos. Se revela por el contexto que los corintios eran culpables de pecado bastante serio, y el hecho de que el Espíritu moraba en ellos fue la base de esta exhortación. No se les dice que perderán al Espíritu a menos que dejen de pecar. Se les dice que tienen al Espíritu en ellos, y se les apela a que vuelvan a una vida de santidad y pureza por esta única razón.
1 Corintios 12:13: “Y a todos se nos hizo beber de un mismo Espíritu.” Los mismos imperfectos corintios se incluían en la palabra “todos” (véase también v. 7).
2 Corintios 5:5: “Y el que nos ha hecho para esto mismo, es Dios, el cual nos ha dado las arras del Espíritu.” Este don no es sólo para algunos cristianos, sino para todos.
Gálatas 3:2: “Esto sólo quisiera saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por obras legales o por el mensaje de la fe?” Fue por la fe, y el Espíritu ha sido dado a todos los que han tenido esta fe salvadora.
Gálatas 4:6: “Y por cuanto sois hijos (no es por cuanto sois santificados), ha enviado Dios el Espíritu de su Hijo en vuestros corazones clamando: ¡Abba, Padre!”
1 Juan 3:24: “Y en esto conocemos que él habita en nosotros, por el Espíritu que él nos ha dado.”
1 Juan 4:13: “En esto conocemos que moramos en El, y El en nosotros, en que nos ha dado su Espíritu.” El Espíritu morador es una “unción o “ungimiento” para cada hijo de Dios; porque estas palabras no se usan para referirse solo a una clase de creyentes sino a todos (1 Juan 2:20,27).
Un argumento adicional para creer en que el Espíritu de Dios mora en todos los cristianos y no solo en algunos es el siguiente: Una vida santa, la cual tiene que depender siempre del poder capacitador del Espíritu, se exige tanto de un creyente como de otro. No hay una norma de vida para un grupo de creyentes y otra norma para otro grupo de creyentes. Si hubiera un hijo de Dios sin el Espíritu debiera ser exento, con toda razón, de aquellas responsabilidades que anticipan el poder y la presencia del Espíritu. El hecho de que Dios se dirige a todos creyentes como si tuviesen el Espíritu es evidencia poderosa de que en verdad lo tienen.
Por consiguiente, se puede concluir que todos los creyentes tienen el Espíritu. Esto no implica que todos hayan experimentado todas las bendiciones posibles de una vida llena del Espíritu. Reciben al Espíritu cuando se salvan, y no se registra ninguna palabra en la Biblia que sugiera que El jamás se retire. Su presencia permanece con ellos para siempre.

5.- El ministerio del Espíritu para bautizar.
Toda la enseñanza bíblica sobre este tema se presenta en los pasajes siguientes Mat.3:11; Marc. 1:8; Luc. 3:16; Jn. l: 33; Hech. 1:5; 11:16; Rom. 6:3, 4; 1Cor. 12:13; Gal. 3:27; Efe. 4:5: Col. 2:12. De estos solamente uno desarrolla el verdadero significado: “Porque por un mismo Espíritu todos nosotros fuimos bautizados, para ser constituidos en uno solo cuerpo, ora seamos judíos o griegos, ora seamos siervos o libres; y a todos se nos hizo beber de un mismo Espíritu” (1 Cor. 12:13; compare con Rom. 6:3).
Este ministerio del Espíritu no se relaciona con el poder o servicio del creyente en ningún pasaje. Trata de la formación del cuerpo de Cristo por medio de miembros vivos, y cuando uno se une vital y orgánicamente con Cristo, se bautiza en un solo cuerpo, y se le hace beber “de un mismo Espíritu” (véase v. 12). Siendo un miembro en el cuerpo de Cristo, el creyente sostiene con El una relación que implica servicio; pero el servicio se relaciona siempre con otro ministerio antes que el bautismo del Espíritu.
Puesto que el bautismo del Espíritu resulta de colocar al creyente orgánicamente en Cristo, es precisamente aquella operación de Dios la que establece cada posición y cada rango de los cristianos. No hay otra obra de parte de Dios en la salvación que tenga un resultado de más alcance que ésta. Es por medio de esta nueva unión a Cristo por la que se dice que el cristiano está “en Cristo”, y estando “en Cristo” participa de todo lo que es Cristo: Su vida, Su justicia y Su gloria. El inconverso está “sin Cristo”, pero entra completamente en esta unión con Cristo desde el momento que cree.
La relación orgánica con el cuerpo de Cristo se efectúa como parte de la gran obra de Dios en la salvación, la cual se realiza cuando se ejerce la fe salvadora. No hay evidencia alguna de que el bautismo del Espíritu se repita por segunda vez.

6.- El ministerio del Espíritu para sellar.
“Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual sois sellados para el día de la redención” (Ef. 4:30; véanse también 2 Cor. l: 22; Ef.1:13). Este ministerio del Espíritu representa evidentemente el aspecto hacia Dios de la relación: autoridad, responsabilidad y una transacción final. Es “para el día de la redención” EI Espíritu mismo es el sello, y todos los que tienen el Espíritu son sellados. Su presencia en el corazón es la marca divina. Dicho ministerio del Espíritu se cumple cuando se ejerce la fe salvadora, y no puede repetirse, porque el primer sello es “para el día de la redención”.
De manera que hay cuatro ministerios del Espíritu para el creyente, los cuales se efectúan al momento que se salva, y nunca se repetirán una segunda vez: Es nacido, habitado, bautizado, y sellado mediante el Espíritu.
Se puede agregar que estos cuatro ministerios del Espíritu en el hijo de Dios no se relacionan necesariamente con una experiencia interna sensible en el cuerpo o el alma, ni con alguna manifestación externa. Puede ser que después que sea salvo, el Espíritu haga que estas verdades sean reales en su mayor comprensión de la salvación, y entonces serán motivo de mucho gozo y consuelo. Estos cuatro ministerios que se realizan en y para todos los creyentes del mismo modo constituyen “las arras del Espíritu” (2 Cor. l: 22; 5:5), y “las primicias del Espíritu” (Rom. 8:23).

7.- El ministerio del Espíritu en llenar. 

El hecho, la extensión, y las condiciones de este ministerio del Espíritu constituyen una información muy extensa, por lo que, se tratará este ministerio en un solo tema, que será el siguiente.  

Espero sus comentarios, sugerencias y preguntas. Los invito a leer el blog hermano: cristinismoverdadero.blogspot.com  Dios los bendiga.

martes, 7 de abril de 2015

El hombre carnal, natural y espiritual.


Base Bíblica: 1Cor. 2:14-3:3. “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura; y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente. En cambio, el espiritual juzga todas las cosas, sin que él sea juzgado por nadie. ¿Quién conoció la mente del Señor?  ¿Quién lo instruirá? Pues bien,  nosotros tenemos la mente de Cristo… De manera que yo,  hermanos,  no pude hablaros como a espirituales,  sino como a carnales,  como a niños en Cristo. Os di a beber leche,  no alimento sólido, porque aún no erais capaces; ni sois capaces todavía, porque aún sois carnales. En efecto, habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales y andáis como hombres?

Introducción.
La vida cristiana es una “vida abundante” llena de riquezas maravillosas e inescrutables, como ser participes de la “naturaleza divina”. (2Ped.1:3,4). Esto significa que la “vida de Cristo” nos ha sido impartida al venir a morar en nuestro espíritu. (Juan 3:6; 1Cor.6:17,19; 2Cor.4:7).
Siendo sinceros, nuestra vida y nuestro carácter, no refleja esa riqueza espiritual que debe caracterizarnos como cristianos.
Pablo hace referencia a tres clases de hombres: “el natural”, “el carnal” y el “espiritual”. Esta clasificación tiene que ver, tanto con la comprensión o entendimiento de las “cosas profundas de Dios” que son reveladas a los cristianos verdaderos (1Cor. 2:9-13), como con la manera de vivir que se conforma a las “cosas reveladas por Dios”.
Para entender la diferencia entre las tres clases de hombre, es necesario conocer primero las relaciones entre las partes esenciales del hombre: espíritu, alma y cuerpo.

1.- Relaciones entre espíritu, alma y cuerpo.
    a).- En la creación: 1ª posición espíritu; 2a Alma; 3a cuerpo.
    b).- En la caída: 1a posición Alma; 2a cuerpo; espíritu muerto (inactivo).
    c).- En la regeneración (nvo. Nacimiento) 1a pos. Espíritu; 2a alma; 3a   cuerpo.
Aunque la regeneración es instantánea (espíritu), la transformación o renovación es un proceso (alma) y la redención del cuerpo o glorificación ocurrirá hasta el arrebatamiento.

2.- El hombre natural.
De esta clase de hombre, no es necesario hablar pues se refiere al perdido, que no conoce a Cristo y por lo tanto vive siguiendo sus deseos e impulsos naturales pecaminosos. Es necesario darse cuenta que hay hombres naturales con una condición moral excelente. Por consiguiente, resulta que el “hombre natural” es completamente incapaz para entender las cosas reveladas, porque no ha recibido al “Espíritu que es de Dios”  Ha recibido solamente el “espíritu del hombre que está en él.” Aunque puede leer las palabras con la “sabiduría humana”, no puede recibir el significado espiritual de ellas, porque la revelación le es “insensatez”. No puede recibirla ni conocerla.

3.- El hombre carnal.
El apóstol (Pablo) continúa con la descripción del hombre “carnal”: “Y yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os alimenté con leche, no con manjar sólido; porque no erais capaces de ello, y ni aun todavía sois capaces; porque sois todavía carnales” 1Cor. 3:1-4
Aunque son salvos, los cristianos carnales andan “conforme al uso de este siglo”. Son “carnales” porque son dominados por la carne. El cristiano “carnal” no está “en la carne” pero tiene “la carne” en sí. “Vosotros empero no estáis en la carne, sino en el espíritu, si es que el Espíritu de Dios habita en vosotros: mas si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de él” ( Rom. 8:9). El hombre “carnal” o, sea el “niño en Cristo”, no es capaz de entender las cosas profundas de Dios. El no es más que un niño; pero aun así, es importante notar, que es una altura de posición y realidad con la que no se puede comparar la incapacidad total del “hombre natural”.
Pero el cristiano carnal se caracteriza también por su andar al mismo nivel del andar del “hombre natural”. “¿No sois carnales, andando según el uso de los hombres?” (Compare con 2 Cor. 10:2-5). Los propósitos y los afectos del hombre carnal están centrados en la misma esfera no espiritual del hombre natural. En contraste con ese proceder de la carne, leemos: “Digo pues: Andad según el Espíritu, y no cumpláis los deseos de la carne”. Esta es la verdadera espiritualidad.
 
4.- El hombre espiritual.
La segunda clasificación de los creyentes en este pasaje es la del hombre espiritual. Un creyente es hombre espiritual cuando pasa la prueba referida y demuestra que tiene capacidad para recibir y conocer la revelación divina. “El hombre espiritual lo discierne todo.” “EL HOMBRE ESPIRITUAL” discierne todas las cosas. No hay ninguna limitación para él en lo que toca a las cosas de Dios. Puede recibir libremente la revelación divina y se gloria en ella. También, puede entrar, como cualquier otro, en las materias que son comunes a la sabiduría humana. Discierne todas las cosas; sin embargo, él mismo no es discernido ni entendido por nadie. ¿Cómo pudiera ser de otro modo siendo que él tiene “la mente de Cristo”?
Hay dos grandes cambios espirituales que los seres humanos pueden experimentar: el cambio del “hombre natural” al hombre salvo, y el cambio del hombre “carnal” al hombre “espiritual” Aquel se efectúa por el poder divino cuando hay fe verdadera en Cristo; éste se realiza cuando hay un ajuste verdadero al Espíritu. Experimentalmente puede ser que la persona que se salva por medio de la fe en Cristo se entregue al mismo tiempo sin reserva a Dios, y empiece de una vez una vida de rendimiento completo. Indudablemente eso sucede con mucha frecuencia. De esta manera sucedió en la experiencia de Saulo de Tarso (Hech. 9:4-6). Así que hubo reconocido a Jesús como su Señor y Salvador, dijo también: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” No hay evidencia alguna de que jamás se hubiese cambiado de esta actitud de rendimiento a Cristo. No obstante, debemos recordar que muchos cristianos son carnales, a los cuales la Palabra de Dios enseña claramente cuáles son los pasos que tiene que dar para que lleguen a ser espirituales. Entonces se hace posible el cambio del estado carnal al estado espiritual.
El “hombre espiritual” es el ideal divino en la vida y en el ministerio, en el poder con Dios y con los hombres, en comunión ininterrumpida y en bendición.

La transición de hombre carnal a hombre espiritual es un asunto de desarrollo, de crecimiento, de alcanzar madurez espiritual, del grado en que experimentamos a Cristo en nuestras vidas. Ese desarrollo o crecimiento espiritual tiene que ver con nuestra alimentación espiritual (1Cor. 3:1-3; Heb. 5:11-14; 1Ped. 2:2; Juan 16:12; Isa. 28:9-13).
En las siguientes entradas comenzaremos a exáminar: El conocimiento del Espíritu donde conoceremos como es el hombre espiritual 

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domingo, 5 de abril de 2015

El Propósito Eterno de Dios. (Parte 2)


“Pido también que les sean iluminados los ojos del corazón para que sepan a qué esperanza él los ha llamado” Efesios 1:18.

Introducción.

Desde el principio, Dios ha tenido un secreto. Antes del tiempo, el Todopoderoso envolvió su alto y sagrado propósito en un misterio, y lo escondió en su Hijo. Durante siglos, ninguno conoció cual era este propósito eterno. Estuvo profundamente escondido en Dios. Fue un secreto -El secreto de los tiempos (Rom. 16:25; Col. 1:26; Ef. 3:4-5, 9).

(Continúa de la parte 1)
EL MISTERIO DE LOS SIGLOS.
“Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia”. Efesios 5:31-3
En medio de la multitud de misterios clásicos creados por la imaginación de personas ingeniosas, el más grande misterio de todos es aquel que Dios mismo escribió. El misterio de Su eterno propósito.
En la eternidad pasada, antes del tiempo y la creación, ahí estaba Dios. Dios y solo Dios. Nadie más existía. En el seno de Dios el Padre estaba el Hijo, y ambos eran uno. El Espíritu estaba también presente, compartiendo la unicidad del Padre y del Hijo.
Pulsando en el centro de la Divinidad estaba la mismísima esencia de la deidad, un amor apasionado (Juan 17:24; 1 Juan 3:16; 1Juan 4:8).
Todas las cosas emanan de Dios. Él es la fuente de todo, esto incluye la pasión del amor Divino. Agustín de Hipona dijo una vez: “Si Dios es amor, entonces debe haber en Él un Amante, un Amado y un Espíritu de Amor; pues ningún amor es concebido sin un Amante y un Amado”

La Pasión de la Divinidad. En los inmensurables tiempos de la eternidad pasada, el Padre tuvo alguien en quien derramar la pasión de Su ser. Éste era Su Hijo. El Padre era el Amante; el Hijo el amado. El Padre era la fuente; el Hijo el receptor y quien responde. Consecuentemente, el Padre amó al Hijo, y el Hijo en reciprocidad amó al Padre (Juan 17:24; 14:31).
El Hijo, sin embargo, no tenía ninguna criatura en quien derramar la pasión de Su ser. Esto es, no había nadie para quien Él pudiera ser la fuente de la pasión torrencial que inundaba su propio corazón. Mientras el Hijo ciertamente derramaba Su pasión en el Padre, el Hijo no era la fuente de esa pasión. En otras palabras, el Hijo mismo no tenía su complemento. En palabras prestadas de San Agustín: “Él no tenía una Amada”.
Específicamente en este punto, el Hijo de Dios estaba solo, justo como Adán también lo estaba. (Ahora Adán es un símbolo de Cristo, figura del que había de venir. (Romanos 5:14bRV1960) El postrer Adán éste es, Cristo... 1 Corintios 15:45b RV1960).
En lo profundo del corazón latiente del Hijo de Dios había una intensa y consumidora pasión. Tal como el Padre, el Hijo deseaba ser para otro la fuente de esa pasión. Él deseaba ser el Amante, y no solo el Amado, sin embargo, ese ser no existía.
Así que cuando Dios hizo al hombre, hubo dos seres en el universo que estaban vibrando con una pasión que no podían derramar: el Hijo de Dios en el cielo y Adán en la tierra. La pasión frustrada de un Dios lleno de amor y la pasión frustrada de un humano hecho a Su imagen. Entonces, en algún momento de un pasado sin fecha, Dios el Padre concibió un plan. Era un plan asombroso, le daría a Su Hijo compañía, una que sería Su complemento perfecto. Una que sería justo como Él. Ese ser sería el Hijo de Dios en una forma diferente. Ese ser se volvería también el objeto de la pasión del Hijo, una esposa digna de la deidad.
Deseo que contemples a ese Dios lleno de pasión. A decir verdad, Dios está perfectamente satisfecho dentro de sí mismo, pero debido a que Dios es amor, no se contenta con ello, y por esta razón, el Hijo quiso a alguien en quien derramar el amor que corría dentro de Su ser, el mismísimo amor que el Padre derramó en Él. De manera que, la superabundancia del amor de Dios, requirió un receptor que no estaba dentro de la Deidad.
Nuevamente, el deseo del Hijo por una compañera no nació por una deficiencia dentro de Sí mismo, sino por el contrario, tuvo su origen en la desbordante exceso de amor divino. Fue ese deseo reprimido lo que impulsó el deseo del Hijo por una compañera y que llevó al Padre a actuar en beneficio del Hijo.
Fue como si el Padre dijera: Hijo mío, no es bueno que estés solo. Haré una compañera idónea para Ti. Alguien como Tú, pero diferente a Ti. Te daré a alguien en quien podrás derramar la pasión de Tu ser. Hay un solo camino en el que puedo llevar a cabo esta tarea. Debo tomar parte de Ti para hacer otro como Tú. Entonces no serás más uno. Habrá otro, o debo decir otra. Ella será Tú, pero en otra forma. Ella será el objeto de Tu pasión desbordada. Tú serás su Amante y ella Tu amada. Ella responderá a Tu propia pasión, tal como Tú respondes a Mi pasión. (Génesis 2:18; Romanos 5:14; Efesios 5:31-32)
Fue de ésta motivación que Dios creó los cielos y la tierra y todas las formas de vida en ella. Podemos firmemente decir que Dios creó todo para que Su Hijo tuviera una compañera, una pareja perfecta, una prometida. El amor de Dios por Su Hijo lo llevó a crear. En palabras de Paul Billheimer: En el corazón del universo hay un romance divino el cual es la llave de toda la existencia. Desde toda la eternidad Dios se propuso que en algún momento futuro Su Hijo tendría una compañera eterna descrita por Juan en el Apocalipsis como “La novia, la esposa del Cordero”
Esta idea era tan increíble que Dios la escondió de generación en generación. Esto es el misterio de todos los misterios: Desde antes de todos los tiempos había una mujer dentro de Dios.

El Señor Jesús, un Soltero Solitario.
Movámonos ahora en el tiempo y observemos como Dios cumplió Su eterno propósito. El Señor Jesús, el Hijo Eterno, hizo Su aparición en este planeta. El más grande Amante en el universo traspasó la inmovible barrera que nos separa de la eternidad y dio un paso en el tiempo.
El Hijo de Dios tomó carne y se volvió hombre. Desde la perspectiva celestial Él era el Nuevo Adán, el Segundo Hombre (Romanos 5:14; 1 Corintios 15:45-47).
Seguramente has escuchado que Jesucristo vino a salvar a los pecadores. Eso es verdad, pero el Nuevo Testamento enseña que Él vino para algo mucho más profundo. Él vino a conseguir Su compañera. Él vino a conseguir Su prometida. Vino a obtener una esposa para  Él. El Hijo Eterno se volvió humano con el fin de conseguir la pasión que ardía muy dentro de su Ser, desde antes de todos los tiempos.
Observa con cuidado a tu Señor, Jesús de Nazaret. Un hombre y Dios perfecto. Tomando prestadas las palabras de Arthur Cústanse: “Jesucristo fue una nueva especie en el planeta, una nueva clase de hombre”. Él era completamente Dios, y completamente hombre. Para citar el antiguo credo, “Él fue Dios verdadero no creado” Jesús fue el primero de una nueva especie: “El nuevo hombre” (Efe. 4:24; Col. 3:9,10).
Como hombre, Jesucristo era un novio solitario, pero lleno de una gran pasión. Un perfecto, incomparable e indescriptible amor latía dentro de Su incorruptible pecho. Él era el Hijo del Hombre, la esencia del hombre, con la pasión de un hombre, en un estado sin caída. Pero Él era también el Hijo de Dios, la esencia de Dios, con la pasión de un incomparable Dios pulsando en Su espíritu.
En los primeros capítulos del evangelio de Juan, conocemos un inusual profeta llamado Juan el Bautista. Él fue el acto de entrada del Señor Jesús. Juan se describió a sí mismo como alguien que presentaría al Hijo de Dios a Su novia. Él era el amigo del “Novio”. El hombre de toda su confianza. Juan bautizó a aquellos que eligieron seguir a Jesús. En realidad, esas almas bautizadas fueron destinadas a volverse parte de la novia de Cristo. De acuerdo a Juan, Jesucristo era el novio celestial.
“El que tiene a la novia es el novio A él le toca crecer, y a mí menguar”. (Juan 3:29-30 NVI)
“El que tiene a la novia” anunció Juan. Tal lenguaje misterioso contiene una verdad oculta:
¿Cómo pudo Juan decir que Cristo ya tenía a su novia? Un número de revisores históricos han propuesto que Jesucristo se casó mientras Él estuvo en esta tierra. A decir verdad, esta idea es una fabricación sin ningún fundamento. Jesucristo nunca se casó. Él permaneció como novio, y sin embargo, Él tuvo a Su prometida, ¿Cómo puede ser esto?
He aquí les anuncio un misterio, la novia de Cristo estaba dentro del Novio mientras Él estaba en esta tierra. Ella era un misterio escondida dentro de Su costado. Cuando ella finalmente apareció, Jesucristo creció: “El que tiene la novia es el novio…a Él le toca crecer y a mí menguar”
Ahora entendemos porque Jesús nunca se casó mientras estaba en la tierra. Esto fue porque Su novia estaba dentro de Él. La intención ardiente del Señor era el tener una compañera. Esto, en efecto, fue la motivación principal que le impulsó a Él a vencer a Satanás. Con el fin de obtener a su gloriosa esposa Él tuvo que pagar el mayor precio.
Considera esto: La forma en que Adán obtuvo a su mujer fue un reflejo de cómo Cristo obtendría a la suya. Tal como Adán, el Señor fue puesto en un profundo sueño. Hay dos razones principales de esto.
Primero, a través de la muerte, Jesucristo destruyó todo lo que pudiera estorbar en su camino para ganar la mano de Su amada esposa. Para esto, Él destruyó el pecado que la habría separado eternamente de Él. Él Destruyó la Ley que la hubiera sofocado bajo una montaña de esclavitud religiosa y un altero de aplastante condena. Él destruyó el poder del maligno que buscaría tomar su vida. Él destruyó el sistema del mundo, que atraería su corazón lejos de Él. Él destruyó la vieja creación, que la corrompería y contaminaría.
Pero más importante de todo, Él destruyó la muerte misma; Él se aseguraría que el objeto de Su pasión nunca probaría la muerte. Tu Señor se aseguró de remover todo lo que pudiera dañar a Su amada novia, desde antes de que ella viniera a existir. Por esta razón, Él no le permitiría aparecer hasta que la muerte hubiera sido vencida. Él ha esperado por generaciones para tener a Su compañera, de manera que garantizó que una vez iniciado este romance, nunca terminaría. Por lo tanto cuando hablamos del Señor nuestro y de su amada compañera podemos decir que Él conquistó hasta el último enemigo para “Que la muerte nunca los separe”
Que amor tan inexplicable. Que maravillosa pasión. Que perdurable compromiso. Jesucristo planea estar una eternidad amando a su esposa. Él ni siquiera considera el llegar a cansarse de ella, y ha garantizado que la luna de miel nunca llegue a su fin.
La segunda razón por la que Cristo se ofreció a sí mismo a morir está ligada a una de las grandes incógnitas del hombre. He aquí el misterio, el Señor murió para traer a Su amada novia fuera de Él mismo. “Sufrió la cruz” con el gozo puesto delante de Él (Heb. 12:2) ese gozo era su amada.

El Único-Grano se multiplica. Un día el Señor Jesús tomó un grano de trigo. Al contemplar el grano en Su mano, Él se vio a sí mismo muriendo y volviendo a la vida. Y al emerger de la muerte, se vio a si mismo multiplicándose.
“De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto”. (Juan 12:24 RV1960)
Acompáñame a la cima de un monte llamado Gólgota. Quiero que veas a tu Señor, colgado en una sangrante cruz. El Justo ha sido crucificado, y Su vida ha escapado de Él. El grano ha muerto, y ha muerto solo.
Su cuerpo, maltratado, es puesto en un sepulcro. Dos días han pasado, y es ahora domingo, el primer día de la semana, el octavo día. Repentinamente, la tierra se estremece, los cielos retumban. El Señor Jesús se levanta de la tumba victorioso sobre la muerte. Él la ha conquistado y se ha convertido en un Espíritu vivificante (1 Cor. 15:45). Como Espíritu vivificante, 50 días después de su muerte o 40 días después de su ascensión al cielo, se “derrama” en 120 de sus discípulos, impartiéndoles Su vida misma trayendo a la existencia a la “Segunda Eva”, es decir a la “Iglesia” “La novia” “La Esposa del Cordero”.
El grano de trigo ha producido muchos granos. El único grano de trigo se ha multiplicado. Se ha reproducido. Se ha incrementado. El grano no está ya más solo.  
Ella, la novia de Jesucristo, es una nueva creación en este planeta. Ella se ha liberado y escapado de la esclavitud de la caída. Ella ha nacido santa, sin mancha y sin culpa. Ella es nacida completamente libre de todo lo que procuraba destruirla. Por lo tanto, ella es libre para amar a su Novio y Salvador sin distracciones. Este es el momento más romántico de la historia universal.
Jesucristo ha muerto para manifestar la pasión de Su corazón, la mujer escondida dentro de Su costado desde antes de los tiempos.
¿De dónde salió Eva? Ella salió del costado de Adán. ¿De dónde salió la novia de Cristo? Del costado del postrer Adán, Jesucristo.
Esto da un nuevo significado al momento final en el Calvario. Cuando el Señor Jesús murió, uno de los soldados Romanos perforó su costado. Aquí tenemos una escena similar al momento cuando el costado de Adán fue abierto después de haber sido puesto en un profundo sueño.
Después de que Jesucristo fue puesto en un sueño profundo, su costado fue abierto y la sangre y agua brotaron de su incorruptible cuerpo (Juan 19:32-35). La sangre representa la purificación de todos nuestros pecados. El Señor murió para limpiar a Su amada novia de toda deshonra (Efesios 5:25-27). El agua representa las aguas vivas que brotan del mismísimo Jesús (Juan 4:10; Apocalipsis 21:6). Esta representa la vida divina, la misma vida por la que la novia vive.
En ese mismo día, el día cuando Cristo se levantó de la muerte, la pasión de todos los tiempos que había estado encerrada dentro del hijo de Dios por toda la eternidad pasada fue liberada. “Finalmente” el lugar de descanso para su pasión se había hecho carne. Finalmente el Hijo encontró a su amada novia y la pasión más grande de Dios encontró un hogar.
De acuerdo al libro del Apocalipsis, el destino de la iglesia es ser la Nueva Jerusalén, la Esposa de Cristo.
 “Y yo, Juan, vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de parte de Dios, ataviada como una esposa hermoseada para su esposo. Entonces vino a mí uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete plagas postreras y habló conmigo, diciendo: «Ven acá, te mostraré la desposada, la esposa del Cordero»” (Apocalipsis 21:2,9).
Muchos enseñan que la Nueva Jerusalén es simplemente un edificio en el que los santos vivirán al final del tiempo. Sin embargo, si ponemos atención a la forma en que el Espíritu habla, en Su Palabra, encontraremos que la Nueva Jerusalén es la realización del propósito de Dios en Cristo. Es una colosal ilustración de la iglesia, la Esposa de Cristo, cuando ella se une plenamente al Esposo, el Señor Jesús. ¡Hermanos y hermanas, esto es muy elevado! Cuando la Novia de Cristo haya madurado y esté lista para ser desposada con el Esposo, ella será consumada en matrimonio con Cristo.
“El ángel me dijo: «Escribe: “Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero”». Y me dijo: «Estas son palabras verdaderas de Dios»” (Apocalipsis 19:9).
Así pues, la iglesia fue concebida en el corazón de Dios desde la eternidad, nacida en el día de Pentecostés y al final de todas las cosas, ella será consumada en la Nueva Jerusalén. ¡Cuán precioso es el plan de Dios!
 Consideremos el plan Divino desde un punto de vista totalmente práctico.
“Por medio de estas cosas nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas lleguéis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de las pasiones” (2 Pedro 1:4).
¿Qué significa ser participantes de la naturaleza Divina? Al nacer de nuevo, es decir, en la regeneración recibimos la vida de Dios, a Dios mismo en nuestro espíritu. En la transformación Cristo nuestro “tesoro en vaso de barro” se extiende dentro de nosotros hasta “formarse plenamente” y al “negarnos a nosotros mismos” Él es manifestado plenamente, “ya no vivo yo, más Cristo vive en mí”. Luego finalmente cuando seamos llevados con Cristo en un cuerpo glorificado, seremos como Él es y le veremos cara a cara. ¡Tendremos la naturaleza Divina!

Dios los bendiga, denle me gusta si están de acuerdo y recomiendenlo a sus amigos. También les invito a leer el blog hermano: cristinismoverdadero.blogspot.com