Col 1:27 “a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”
Introducción.
El conocimiento de
Jesús no es solamente una cuestión de historia sino que es una crisis moral y
de vida que debe ser resuelta. Tener fe y un conocimiento del Señor Jesucristo
no es simplemente un asunto intelectual y cognitivo. Conocer a Jesús tiene
implicaciones morales para el pasado, el presente y la eternidad. Conocer a
Jesús va a influir moralmente el destino de los que lo aceptan y de los que lo
rechazan.
El apóstol Pedro
presentó este conflicto judicial y moral al pueblo de Israel en el día de Pentecostés
(33 A.D). “Sepa, pues, ciertísimamente
toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y
Cristo. Al oír esto, se compungieron de corazón y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles:
Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de
Jesucristo para perdón de los
pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:36-38).
Si nosotros,
viviendo en el siglo 21, hemos ignorado la existencia, la vida, el sacrificio o
el reinado de Cristo, somos culpables delante del Padre.
La persona de
Cristo
¿Cómo es que Jesús es completamente Dios y completamente hombre y, no
obstante, es una sola persona?
Podemos resumir la enseñanza bíblica sobre la persona de Cristo de la
siguiente manera: Jesucristo era completamente Dios y completamente hombre en
una sola persona, y lo será para siempre. El material bíblico que apoya esa
definición es amplio. Estudiaremos primero la Deidad de Cristo, y luego su
humanidad, y entonces intentaremos mostrar cómo la deidad y la humanidad de
Jesús están unidas en la persona de Cristo.
LA DEIDAD DE CRISTO.
Para completar la enseñanza bíblica acerca de Cristo Jesús, debemos
afirmar no solo que era completamente humano, sino que también era
completamente divino. La doctrina de la Deidad de Cristo es una de las
doctrinas cristianas que más ha sufrido en los últimos años. El debate
contemporáneo se ha concentrado en la negación rotunda de la deidad de Cristo.
Tal negación ha sido acompañada de un escepticismo hacia las Escrituras. Es
natural que ambas actitudes marchen juntas. No se puede creer en la deidad de
Cristo sin creer en el testimonio de las Escrituras. Los que niegan la deidad
de Jesús rehúsan aceptar la validez del testimonio del Nuevo Testamento.
Afirman que los escritores del Nuevo Testamento escribieron bajo la influencia
del medio cultural en que vivieron. Algunos opinan que los títulos usados con
referencia a Cristo, tales como «hijo de Dios» e «hijo del hombre», son de
origen helenístico y tuvieron su origen en la iglesia primitiva, no en las
enseñanzas dadas por el mismo Jesús.
Muchos estudiosos de la Biblia, sin embargo, reconocen la centralidad
de la doctrina de la deidad de Cristo. Reconocen, además, que dicha doctrina
constituye la piedra angular de la fe cristiana. Esa convicción se deriva del
estudio de las Escrituras y de la confianza de que lo que la Biblia dice acerca
de Cristo es realidad histórica y no meras lucubraciones de hombres piadosos.
En resumen, nadie puede negar la deidad de Cristo sin antes haber negado la
autoridad de la Palabra de Dios.
La iglesia ha usado el término encarnación para referirse al
hecho que Jesús es Dios en carne humana. La prueba bíblica de la deidad de
Cristo es muy amplia en el Nuevo Testamento. La examinaremos bajo varias
categorías.
Afirmaciones bíblicas
directas.
En esta sección examinaremos declaraciones directas de las Escrituras
de que Jesús es Dios o que él es divino.
Se usa la palabra Dios (Teos) para referirse a Cristo: Aunque la
palabra «Dios» está generalmente reservada en el Nuevo Testamento para Dios el
Padre, encontramos varios pasajes donde se usa para referirse a Cristo Jesús.
En todos estos pasajes se emplea la palabra «Dios» en el sentido fuerte para
referirse al que es el Creador del cielo y de la tierra, el que reina sobre
todas las cosas. Estos pasajes incluyen a Juan 1:1; 1:18 (en los manuscritos
mejores y más antiguos); Juan 20:28; Romanos 9:5; Tito 2:13; Hebreos 1:8
(citando Sal 45:6); y 2 Pedro 1:1. Es suficiente notar que hay al menos siete
de estos pasajes claros en el Nuevo Testamento que se refieren explícitamente a
Jesús como Dios.
Un ejemplo del Antiguo Testamento del nombre Dios aplicado a
Cristo lo vemos en el conocido pasaje mesiánico de Isaías 9:6: «Nos ha nacido
un niño, se nos ha concedido un hijo; la soberanía reposará sobre sus hombros,
y se le darán estos nombres: Consejero admirable, Dios fuerte...».
Se usa la palabra Señor (Kyrios) para referirse
a Cristo.
En ocasiones la palabra Señor (gr. kyrios) se empleaba
simplemente como una forma cortés de tratar a un superior, parecido a nuestra
palabra señor (vea Mt 13:27; 21:30; 27:63; Jn 4:11). Otras veces puede
solo significar «amo» de un siervo o esclavo (Mt 6:24; 21:40). No obstante, se
usa esa misma palabra en la Septuaginta (la traducción griega del Antiguo Testamento
que era de uso común en el tiempo de Cristo) como traducción del hebreo yhwh,
«Yahweh», o (como ha sido frecuentemente traducido) «el Señor» o «Jehová».
La palabra kyrios se usa 6.814 veces para traducir el nombre del Señor en
el griego del Antiguo Testamento. Por tanto, cualquier lector de habla griega
del tiempo del Nuevo Testamento que tuviera algún conocimiento del Antiguo
Testamento en griego hubiera reconocido que, en contextos donde era apropiado,
la palabra «Señor» era el nombre de aquel ser reconocido como el Creador y
Sustentador del cielo y de la tierra, el Dios omnipotente.
Hay muchos casos en el Nuevo Testamento donde se usa «Señor» para
referirse a Cristo en los que solo se puede entender con su fuerte sentido del
Antiguo Testamento, «el Señor» que es Jehová o Dios mismo.
Vemos un ejemplo cuando Mateo dice que Juan el Bautista es uno que
clama en el desierto diciendo: «Preparen el camino para el Señor, háganle
sendas derechas» (Mt 3:3). Al decir esto Juan está citando Isaías 40:3, que nos
habla de Dios mismo que viene a estar entre su pueblo. Pero el contexto aplica
este pasaje al papel de Juan de preparar el camino para el Jesús que llegaba.
La implicación es que cuando Jesús llega, el Señor mismo llega.
Jesús también se identifica a sí mismo como el Señor soberano del
Antiguo Testamento cuando les pregunta a los fariseos acerca del Salmo 110: 1:
«Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos
debajo de mis pies» (Mt 22:44). La fuerza de esta declaración está en «Dios le
dice a el Hijo [El Señor de David]: Siéntate a mi mano derecha... ». Los
fariseos saben que él está hablando acerca de sí mismo e identificándose como
alguien digno de llevar el título de kyrios, «Señor», del Antiguo
Testamento.
Ese uso aparece con frecuencia en las epístolas, donde “el Señor” es un
nombre común para referirse a Cristo. Pablo dice: «No hay más que un solo Dios,
el Padre, de quien todo procede y para el cual vivimos; y no hay más que un solo
Señor, es decir, Jesucristo, por quien todo existe y por medio del cual
vivimos (1 Ca 8:6; cf. 12:3, y muchos otros pasajes en esta epístola paulina).
Un pasaje especialmente claro lo encontramos en Hebreos 1, donde el
autor cita el Salmo 102, el cual habla de la obra del Señor en la creación y lo
aplica a Cristo: “Tú, oh Señor, en el principio pusiste los cimientos de la
tierra, y el cielo es obra de tus manos. Ellos perecerán, pero tú permaneces
para siempre. Se desgastarán como un vestido, los doblarás como un manto, y
cambiarán como ropa que se muda; pero tú eres siempre el mismo, y tus años
nunca se acabarán” (He 1:10-12).
Aquí se habla explícitamente de Cristo como el eterno Señor del cielo y
de la tierra que creó todas las cosas y permanecerá siempre el mismo. Un uso
tan fuerte del término «Señor» para referirse a Cristo culmina en Apocalipsis
19: 16, donde vemos a Cristo que regresa como un rey conquistador, y «en su
manto y sobre el muslo lleva escrito este nombre: Rey de reyes y Señor de
señores».
Otras declaraciones
fuertes de deidad.
Además de los usos de la palabra Dios y Señor para
referirse a Cristo, contamos con otros pasajes que afirman firmemente la deidad
de Cristo. Cuando Jesús dijo a sus oponentes judíos que Abraham había visto su
día (el de Cristo), ellos se le enfrentaron: «Ni a los cincuenta años llegas,
¿y has visto a Abraham?» (Jn 8:57). Aquí una respuesta suficiente para probar
la eternidad de Jesús hubiera sido: «Antes que Abraham fuera, yo era». En vez
de eso, él hace una afirmación mucho más asombrosa: «Ciertamente les aseguro
que, antes que Abraham naciera, ¡yo soy!» Gn 8:58). Jesús combina dos
afirmaciones cuya secuencia no parece tener sentido: «Antes de que sucediera
algo en el pasado [Abraham naciera], algo en el presente sucedió [yo soy]». Los
líderes judíos reconocieron de inmediato que él no estaba hablando en acertijos
o cosas sin sentido. Cuando él dijo «Yo soy» estaba repitiendo las mismas
palabras que Dios usó para identificarse a sí mismo ante Moisés como «Yo soy
el que soy» (Éx 3:14).Jesús estaba tomando para sí el título de «Yo soy»,
mediante el cual Dios declaró que era un Ser de existencia eterna, el Dios que
es la fuente de su propia existencia y que siempre ha sido y siempre será.
Cuando los judíos oyeron esta declaración solemne y enfática, supieron que él
estaba afirmando ser Dios. «Entonces los judíos tomaron piedras para
arrojárselas, pero Jesús se escondió y salió inadvertido del templo» (Jn 8:59).
Otra afirmación fuerte sobre la deidad es la declaración de Jesús al
final del Apocalipsis: «Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el
Principio y el Fin» (Ap 22: 13). Cuando eso se combina con la declaración de
Dios en Apocalipsis 1:8, «Yo soy el Alfa y la Omega», constituye también una
declaración fuerte que iguala su deidad con la de Dios. Jesús es soberano sobre
toda la historia y toda la creación, él es el principio y el fin. En Juan 1:1, no
solo se llama a Jesús «Dios», sino que también se refiere a él como «el Verbo»
(gr. logos, la Palabra). Los lectores de Juan reconocerían en este término
logos una referencia doble a la poderosa y creativa Palabra de Dios en
el Antiguo Testamento mediante la cual los cielos y la tierra fueron creados
(Sal 33:6) y al principio organizador y unificador del universo, aquello que,
en el pensamiento griego, lo mantiene todo unido y le permite tener sentido. Juan
está identificando a Jesús con ambas ideas y está diciendo que él no solo es la
poderosa palabra creadora de Dios y la fuerza organizadora y unificadora en el
universo, sino que también se hizo hombre: «y el Verbo se hizo hombre y habitó
entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria, la gloria que corresponde al
Hijo unigénito del Padre lleno de gracia y de verdad» Gn 1: 14). Aquí
encontramos otra declaración fuerte de deidad conectada con una declaración
explícita de que Jesús también se hizo hombre y habitó entre nosotros como
hombre.
Otra evidencia clara de la deidad de Cristo es el hecho de que él es
reconocido digno de ser adorado, algo que no corresponde a ninguna
criatura, incluyendo a los ángeles (vea Ap 19: 10), sino solo a Dios. No
obstante, las Escrituras dicen de Cristo que «Dios lo exaltó hasta lo sumo y le
otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que ante el nombre de Jesús
se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda
lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios» (Fil2:9-11).
Asimismo, Dios manda a los ángeles que adoren a Cristo, porque leemos que «al introducir
su Primogénito en el mundo, Dios dice: "Que lo adoren todos los ángeles de
Dios"» (He 1:6).
A Juan se le permite un vislumbre de la adoración que tiene lugar en el
cielo, porque él ve a miles y miles de ángeles y criaturas angelicales
alrededor del trono de Dios que dicen: « ¡Digno es el Cordero, que ha sido
sacrificado, de recibir el poder, la riqueza y la sabiduría, la fortaleza y la
honra, la gloria y la alabanza!» (Ap 5:12). Y luego dice: «y oí a cuanta
criatura hay en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra y en el mar, a
todos en la creación, que cantaban: "¡Al que está sentado en el trono y al
Cordero, sean la alabanza y la honra, la gloria y el poder, por los siglos de
los siglos!"» (Ap 5: 13). Cristo aparece aquí como «el Cordero, que ha
sido sacrificado» y le es otorgada la adoración universal que solo le
corresponde a Dios el Padre, lo que demuestra su igualdad en deidad
El Nuevo Testamento, en cientos de versículos explícitos llama a Jesús
«Dios» y «Señor» y emplea un buen número de otros títulos de la deidad para
referirse a él; y en muchos pasajes que le atribuyen acciones o palabras que
solo podían ser ciertas de Dios, afirman una y otra vez la plena y absoluta
deidad de Cristo Jesús, «A Dios le agradó habitar en él con toda su
plenitud» (Col 1:19), y «Toda la plenitud de la divinidad habita en forma corporal
en Cristo» (Col 2:9)
Concluimos que él es verdadera y completamente Dios. Lleva
correctamente el nombre de «Emanuel» que significa «Dios con nosotros» (Mt
1:23). (continua en ParteII)
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