viernes, 13 de marzo de 2015

El Conocimiento de Cristo. Parte I

 Col 1:27  “a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”

Introducción.
El conocimiento de Jesús no es solamente una cuestión de historia sino que es una crisis moral y de vida que debe ser resuelta. Tener fe y un conocimiento del Señor Jesucristo no es simplemente un asunto intelectual y cognitivo. Conocer a Jesús tiene implicaciones morales para el pasado, el presente y la eternidad. Conocer a Jesús va a influir moralmente el destino de los que lo aceptan y de los que lo rechazan.
El apóstol Pedro presentó este conflicto judicial y moral al pueblo de Israel en el día de Pentecostés (33 A.D). “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo. Al oír esto, se compungieron de corazón y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:36-38).
Si nosotros, viviendo en el siglo 21, hemos ignorado la existencia, la vida, el sacrificio o el reinado de Cristo, somos culpables delante del Padre.
La persona de Cristo
¿Cómo es que Jesús es completamente Dios y completamente hombre y, no obstante, es una sola persona?
Podemos resumir la enseñanza bíblica sobre la persona de Cristo de la siguiente manera: Jesucristo era completamente Dios y completamente hombre en una sola persona, y lo será para siempre. El material bíblico que apoya esa definición es amplio. Estudiaremos primero la Deidad de Cristo, y luego su humanidad, y entonces intentaremos mostrar cómo la deidad y la humanidad de Jesús están unidas en la persona de Cristo.

LA DEIDAD DE CRISTO.
Para completar la enseñanza bíblica acerca de Cristo Jesús, debemos afirmar no solo que era completamente humano, sino que también era completamente divino. La doctrina de la Deidad de Cristo es una de las doctrinas cristianas que más ha sufrido en los últimos años. El debate contemporáneo se ha concentrado en la negación rotunda de la deidad de Cristo. Tal negación ha sido acompañada de un escepticismo hacia las Escrituras. Es natural que ambas actitudes marchen juntas. No se puede creer en la deidad de Cristo sin creer en el testimonio de las Escrituras. Los que niegan la deidad de Jesús rehúsan aceptar la validez del testimonio del Nuevo Testamento. Afirman que los escritores del Nuevo Testamento escribieron bajo la influencia del medio cultural en que vivieron. Algunos opinan que los títulos usados con referencia a Cristo, tales como «hijo de Dios» e «hijo del hombre», son de origen helenístico y tuvieron su origen en la iglesia primitiva, no en las enseñanzas dadas por el mismo Jesús.
Muchos estudiosos de la Biblia, sin embargo, reconocen la centralidad de la doctrina de la deidad de Cristo. Reconocen, además, que dicha doctrina constituye la piedra angular de la fe cristiana. Esa convicción se deriva del estudio de las Escrituras y de la confianza de que lo que la Biblia dice acerca de Cristo es realidad histórica y no meras lucubraciones de hombres piadosos. En resumen, nadie puede negar la deidad de Cristo sin antes haber negado la autoridad de la Palabra de Dios.
La iglesia ha usado el término encarnación para referirse al hecho que Jesús es Dios en carne humana. La prueba bíblica de la deidad de Cristo es muy amplia en el Nuevo Testamento. La examinaremos bajo varias categorías.
Afirmaciones bíblicas directas.
En esta sección examinaremos declaraciones directas de las Escrituras de que Jesús es Dios o que él es divino.
Se usa la palabra Dios (Teos) para referirse a Cristo: Aunque la palabra «Dios» está generalmente reservada en el Nuevo Testamento para Dios el Padre, encontramos varios pasajes donde se usa para referirse a Cristo Jesús. En todos estos pasajes se emplea la palabra «Dios» en el sentido fuerte para referirse al que es el Creador del cielo y de la tierra, el que reina sobre todas las cosas. Estos pasajes incluyen a Juan 1:1; 1:18 (en los manuscritos mejores y más antiguos); Juan 20:28; Romanos 9:5; Tito 2:13; Hebreos 1:8 (citando Sal 45:6); y 2 Pedro 1:1. Es suficiente notar que hay al menos siete de estos pasajes claros en el Nuevo Testamento que se refieren explícitamente a Jesús como Dios.
Un ejemplo del Antiguo Testamento del nombre Dios aplicado a Cristo lo vemos en el conocido pasaje mesiánico de Isaías 9:6: «Nos ha nacido un niño, se nos ha concedido un hijo; la soberanía reposará sobre sus hombros, y se le darán estos nombres: Consejero admirable, Dios fuerte...».
Se usa la palabra Señor (Kyrios) para referirse a Cristo.
En ocasiones la palabra Señor (gr. kyrios) se empleaba simplemente como una forma cortés de tratar a un superior, parecido a nuestra palabra señor (vea Mt 13:27; 21:30; 27:63; Jn 4:11). Otras veces puede solo significar «amo» de un siervo o esclavo (Mt 6:24; 21:40). No obstante, se usa esa misma palabra en la Septuaginta (la traducción griega del Antiguo Testamento que era de uso común en el tiempo de Cristo) como traducción del hebreo yhwh, «Yahweh», o (como ha sido frecuentemente traducido) «el Señor» o «Jehová». La palabra kyrios se usa 6.814 veces para traducir el nombre del Señor en el griego del Antiguo Testamento. Por tanto, cualquier lector de habla griega del tiempo del Nuevo Testamento que tuviera algún conocimiento del Antiguo Testamento en griego hubiera reconocido que, en contextos donde era apropiado, la palabra «Señor» era el nombre de aquel ser reconocido como el Creador y Sustentador del cielo y de la tierra, el Dios omnipotente.
Hay muchos casos en el Nuevo Testamento donde se usa «Señor» para referirse a Cristo en los que solo se puede entender con su fuerte sentido del Antiguo Testamento, «el Señor» que es Jehová o Dios mismo.
Vemos un ejemplo cuando Mateo dice que Juan el Bautista es uno que clama en el desierto diciendo: «Preparen el camino para el Señor, háganle sendas derechas» (Mt 3:3). Al decir esto Juan está citando Isaías 40:3, que nos habla de Dios mismo que viene a estar entre su pueblo. Pero el contexto aplica este pasaje al papel de Juan de preparar el camino para el Jesús que llegaba. La implicación es que cuando Jesús llega, el Señor mismo llega.
Jesús también se identifica a sí mismo como el Señor soberano del Antiguo Testamento cuando les pregunta a los fariseos acerca del Salmo 110: 1: «Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos debajo de mis pies» (Mt 22:44). La fuerza de esta declaración está en «Dios le dice a el Hijo [El Señor de David]: Siéntate a mi mano derecha... ». Los fariseos saben que él está hablando acerca de sí mismo e identificándose como alguien digno de llevar el título de kyrios, «Señor», del Antiguo Testamento.
Ese uso aparece con frecuencia en las epístolas, donde “el Señor” es un nombre común para referirse a Cristo. Pablo dice: «No hay más que un solo Dios, el Padre, de quien todo procede y para el cual vivimos; y no hay más que un solo Señor, es decir, Jesucristo, por quien todo existe y por medio del cual vivimos (1 Ca 8:6; cf. 12:3, y muchos otros pasajes en esta epístola paulina).
Un pasaje especialmente claro lo encontramos en Hebreos 1, donde el autor cita el Salmo 102, el cual habla de la obra del Señor en la creación y lo aplica a Cristo: “Tú, oh Señor, en el principio pusiste los cimientos de la tierra, y el cielo es obra de tus manos. Ellos perecerán, pero tú permaneces para siempre. Se desgastarán como un vestido, los doblarás como un manto, y cambiarán como ropa que se muda; pero tú eres siempre el mismo, y tus años nunca se acabarán” (He 1:10-12).
Aquí se habla explícitamente de Cristo como el eterno Señor del cielo y de la tierra que creó todas las cosas y permanecerá siempre el mismo. Un uso tan fuerte del término «Señor» para referirse a Cristo culmina en Apocalipsis 19: 16, donde vemos a Cristo que regresa como un rey conquistador, y «en su manto y sobre el muslo lleva escrito este nombre: Rey de reyes y Señor de señores».

Otras declaraciones fuertes de deidad.
Además de los usos de la palabra Dios y Señor para referirse a Cristo, contamos con otros pasajes que afirman firmemente la deidad de Cristo. Cuando Jesús dijo a sus oponentes judíos que Abraham había visto su día (el de Cristo), ellos se le enfrentaron: «Ni a los cincuenta años llegas, ¿y has visto a Abraham?» (Jn 8:57). Aquí una respuesta suficiente para probar la eternidad de Jesús hubiera sido: «Antes que Abraham fuera, yo era». En vez de eso, él hace una afirmación mucho más asombrosa: «Ciertamente les aseguro que, antes que Abraham naciera, ¡yo soy!» Gn 8:58). Jesús combina dos afirmaciones cuya secuencia no parece tener sentido: «Antes de que sucediera algo en el pasado [Abraham naciera], algo en el presente sucedió [yo soy]». Los líderes judíos reconocieron de inmediato que él no estaba hablando en acertijos o cosas sin sentido. Cuando él dijo «Yo soy» estaba repitiendo las mismas palabras que Dios usó para identificarse a sí mismo ante Moisés como «Yo soy el que soy» (Éx 3:14).Jesús estaba tomando para sí el título de «Yo soy», mediante el cual Dios declaró que era un Ser de existencia eterna, el Dios que es la fuente de su propia existencia y que siempre ha sido y siempre será. Cuando los judíos oyeron esta declaración solemne y enfática, supieron que él estaba afirmando ser Dios. «Entonces los judíos tomaron piedras para arrojárselas, pero Jesús se escondió y salió inadvertido del templo» (Jn 8:59).
Otra afirmación fuerte sobre la deidad es la declaración de Jesús al final del Apocalipsis: «Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin» (Ap 22: 13). Cuando eso se combina con la declaración de Dios en Apocalipsis 1:8, «Yo soy el Alfa y la Omega», constituye también una declaración fuerte que iguala su deidad con la de Dios. Jesús es soberano sobre toda la historia y toda la creación, él es el principio y el fin. En Juan 1:1, no solo se llama a Jesús «Dios», sino que también se refiere a él como «el Verbo» (gr. logos, la Palabra). Los lectores de Juan reconocerían en este término logos una referencia doble a la poderosa y creativa Palabra de Dios en el Antiguo Testamento mediante la cual los cielos y la tierra fueron creados (Sal 33:6) y al principio organizador y unificador del universo, aquello que, en el pensamiento griego, lo mantiene todo unido y le permite tener sentido. Juan está identificando a Jesús con ambas ideas y está diciendo que él no solo es la poderosa palabra creadora de Dios y la fuerza organizadora y unificadora en el universo, sino que también se hizo hombre: «y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre lleno de gracia y de verdad» Gn 1: 14). Aquí encontramos otra declaración fuerte de deidad conectada con una declaración explícita de que Jesús también se hizo hombre y habitó entre nosotros como hombre.
Otra evidencia clara de la deidad de Cristo es el hecho de que él es reconocido digno de ser adorado, algo que no corresponde a ninguna criatura, incluyendo a los ángeles (vea Ap 19: 10), sino solo a Dios. No obstante, las Escrituras dicen de Cristo que «Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios» (Fil2:9-11). Asimismo, Dios manda a los ángeles que adoren a Cristo, porque leemos que «al introducir su Primogénito en el mundo, Dios dice: "Que lo adoren todos los ángeles de Dios"» (He 1:6).
A Juan se le permite un vislumbre de la adoración que tiene lugar en el cielo, porque él ve a miles y miles de ángeles y criaturas angelicales alrededor del trono de Dios que dicen: « ¡Digno es el Cordero, que ha sido sacrificado, de recibir el poder, la riqueza y la sabiduría, la fortaleza y la honra, la gloria y la alabanza!» (Ap 5:12). Y luego dice: «y oí a cuanta criatura hay en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra y en el mar, a todos en la creación, que cantaban: "¡Al que está sentado en el trono y al Cordero, sean la alabanza y la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos!"» (Ap 5: 13). Cristo aparece aquí como «el Cordero, que ha sido sacrificado» y le es otorgada la adoración universal que solo le corresponde a Dios el Padre, lo que demuestra su igualdad en deidad
El Nuevo Testamento, en cientos de versículos explícitos llama a Jesús «Dios» y «Señor» y emplea un buen número de otros títulos de la deidad para referirse a él; y en muchos pasajes que le atribuyen acciones o palabras que solo podían ser ciertas de Dios, afirman una y otra vez la plena y absoluta deidad de Cristo Jesús, «A Dios le agradó habitar en él con toda su plenitud» (Col 1:19), y «Toda la plenitud de la divinidad habita en forma corporal en Cristo» (Col 2:9)

Concluimos que él es verdadera y completamente Dios. Lleva correctamente el nombre de «Emanuel» que significa «Dios con nosotros» (Mt 1:23). (continua en ParteII)

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