domingo, 29 de marzo de 2015

EL CONOCIMIENTO DEL HOMBRE.


 Sal 8:3,4 “Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, La luna y las estrellas que tú formaste, Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria,  Y el hijo del hombre, para que lo visites?”
 ¿Por qué nos creó Dios? ¿Cómo está hecho el hombre?  
Dios no necesitaba crear al hombre, pero nos creó para su propia gloria. Dios no nos necesita a nosotros ni al resto de la creación para nada, no obstante, nosotros y el resto de la creación le glorificamos y le producimos gozo. Puesto que había amor y comunión perfectos entre los miembros de la Deidad por toda la eternidad (Jn 17:24), Dios no nos creó porque se sintiera solo ni porque necesitara compañerismo con otras personas. Dios no nos necesitaba a nosotros por ninguna razón. No obstante, Dios nos creó para su propia gloria. Dios habla de sus hijos e hijas de todas partes de la tierra como aquellos que él ha creado para su gloria (Isa. 43:7 “Todos los llamados de mi nombre; para gloria mía los he creado, los formé y los hice”; Efe. 1:11-12 “En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad, a fin de que seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo”).  Por tanto, estamos llamados a hacer todo lo que hagamos «para la gloria de Dios» (1 Co 10:31).
 Este hecho garantiza que nuestra vida es significativa. Cuando nos damos cuenta que Dios no necesitaba crearnos y que no nos necesita para nada, podíamos concluir que nuestras vidas no son importantes para nada. Pero las Escrituras nos dicen que fuimos creados para glorificar a Dios, lo que indica que somos importantes para Dios mismo. Esta es la definición suprema de la auténtica importancia o significado de nuestra vida: Si somos de verdad importantes para Dios por toda la eternidad, ¿qué mayor importancia o significado podríamos querer? 
¿Cuál es nuestro propósito en la vida?
El hecho de que Dios nos creó para su gloria determina la respuesta correcta a la pregunta: « ¿Cuál es nuestro propósito en la vida?»
Este propósito de la existencia del hombre tiene dos vertientes: 1) Con respecto a Dios, 2) Con respecto al hombre mismo.
 Cuando hablamos con respecto a Dios, Nuestro propósito debe ser cumplir la razón por la que Dios nos creó: Glorificarle a él.  
Pero cuando pensamos en nuestros propios intereses, nos encontramos con el feliz descubrimiento de que estamos para gozar a Dios y deleitamos en él y en nuestra relación con él. Jesús dice: «Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia» (Jn 10:10). David le dice a Dios: «Me llenarás de alegría en tu presencia, y de dicha eterna a tu derecha» (Sal 16:11). Él anhela morar en la casa del Señor para siempre, «para contemplar la hermosura del Señor» (Sal 27:4).
¡Cuán hermosas son tus moradas, Señor Todopoderoso!
Anhelo con el alma los atrios del Señor.
Con el corazón, con todo el cuerpo, Canto alegre al Dios de la vida…
Más vale pasar un día en tus atrios que mil fuera de ellos (Sal 84:1-2, 10).

 Este concepto de la doctrina de la creación del hombre tiene resultados muy prácticos. Cuando nos damos cuenta de que Dios nos ha creado para glorificarle, y cuando empezamos a actuar en formas que cumplen ese propósito, empezamos a experimentar una intensidad de gozo en el Señor que nunca antes habíamos conocido.

El hombre creado a la imagen de Dios.
     “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra imagen y  semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”. (Gen. 1:26,27)

De todas las criaturas que Dios hizo, solo una, el hombre, se dice que fue creado «a imagen de Dios»: ¿Qué significa esto?
Cuando Dios dice: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza» (Gen. 1:26), el sentido es que Dios planeaba hacer una criatura similar a él, significaría sencillamente a los lectores originales: «Hagamos al hombre como nosotros somos y para que nos represente».

La naturaleza esencial del hombre.
¿Qué quieren decir las Escrituras con alma y espíritu? ¿Son la misma cosa?
¿Cuántas partes hay en el hombre? Todos estamos de acuerdo en que tenemos cuerpos físicos. La mayoría de las personas (cristianos y no cristianos) sienten que también tienen una parte inmaterial, un «alma» que vivirá después de que sus cuerpos mueran. Pero ahí termina el acuerdo. Algunas personas creen que además de «cuerpo» y «alma» tenemos una tercera parte, un «espíritu», que es lo que más directamente se relaciona con Dios. El concepto de que el hombre está formado de tres partes (cuerpo, alma y espíritu) se llama tricotomía!
Otros han dicho que «espíritu» no es otra parte del hombre, sino un sinónimo de «alma», y que ambos términos son intercambiables en las Escrituras para hablar acerca de la parte inmaterial del ser humano, la parte que vive después que nuestros cuerpos mueren. El punto de vista de que el hombre está formado de dos partes (cuerpo y alma/ espíritu) se llama dicotomía.
Estas dos perspectivas se sostienen en el mundo cristiano hoy. Aunque la dicotomía ha sido afirmada más comúnmente a lo largo de la historia de la iglesia y es mucho más común entre los eruditos evangélicos de hoy, la tricotomía tiene también muchos defensores. En este estudio usaremos el punto de vista de la tricotomía que ve al hombre formado de tres partes, cuerpo, alma y espíritu, porque favorece una explicación del hombre natural, el hombre carnal y el hombre espiritual a los que se refiere el Apóstol Pablo en 1Cor. 2:9-3:4, y que es sumamente esencial en el conocimiento de la vida cristiana, pues de otra forma sería más complicado entender la regeneración o nuevo nacimiento, la transformación del cristiano y la redención o glorificación del cuerpo físico.
No debemos pasar por alto, sin embargo, que el punto de vista dualista también tiene apoyo bíblico, ya que frecuentemente en las Escrituras se usan indistintamente alma y espíritu.

LAS FUNCIONES DE EL ESPIRITU, EL ALMA Y EL CUERPO.
1Ts 5:23 “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo”.
Con esta cita bíblica fundamentamos la existencia de las tres partes que integran al hombre, la cual se refuerza con Hebreos 4:12 “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”.  
Con el cuerpo uno puede conocer el mundo físico. El cuerpo tiene cinco órganos, correspondientes a los cinco sentidos, que le permiten al hombre comunicarse con el mundo físico.
Con el alma se puede conocer a sí mismo. En el alma se halla el intelecto, los sentimientos o parte afectiva y la voluntad. A través del alma el hombre es consciente de sí mismo, se relaciona afectivamente con otros seres humanos, puede tomar decisiones y le capacita para existir independientemente. El yo se halla en el alma.
Con el espíritu puede conocer a Dios. El espíritu es la parte con la cual el hombre se comunica con Dios y con la cual lo adora, le sirve y mantiene su relación con El.
 Todo esto es parte del hombre, constituye su personalidad y le faculta para estar consciente de sí mismo, del mundo natural y del mundo espiritual.
Es importante entender, que las Escrituras hablan del hombre como un ser integral, nunca dividido, cuya parte principal es el alma, su personalidad. En el alma convergen el espíritu y el cuerpo. El alma se halla entre esos dos mundos y pertenece a ambos. Por un lado, se comunica con la esfera espiritual por medio del espíritu, y por otro, se comunica con el mundo físico por medio del cuerpo. El alma tiene el poder de tomar decisiones con respecto a las cosas que la rodean; puede acogerlas o rechazarlas. El espíritu no puede controlar el cuerpo directamente; requiere un medio. Este instrumento es el alma, la cual fue producida cuando el espíritu se unió con el cuerpo y es el vínculo entre ambos. El espíritu puede gobernar el cuerpo por medio del alma y sujetarlo bajo el poder de Dios. Por su parte, el cuerpo también puede inducir al espíritu por medio del alma a amar al mundo.
La Función del alma es mantener al espíritu y al cuerpo en su debido orden, para que no pierdan su relación. De esta manera, el cuerpo, que es el más superficial, se someterá al espíritu; éste, por ser más elevado, podrá controlar el cuerpo por medio del alma.  
El alma es potencialmente la parte más fuerte porque tanto el espíritu como el cuerpo están ligados a ella, la consideran su personalidad y son afectados por ella. Al principio, cuando el hombre no había pecado, el poder del alma estaba completamente sujeto al espíritu. Por lo tanto, el poder del alma era el poder del espíritu. El espíritu no podía controlar al cuerpo directamente; tenía que hacerlo por medio del alma.
En conclusión, el alma es la sede de la personalidad, la parte principal del hombre ya que la voluntad, el intelecto y los afectos se encuentran en ella; Con el espíritu el hombre se comunica con la esfera espiritual, y con el cuerpo se relaciona con el mundo físico. El alma está en medio de estas dos partes y determina cuál de las dos esferas ha de gobernar. Algunas veces el alma rige por medio del intelecto y de los sentidos; cuando eso sucede, el mundo psicológico lleva las riendas. Si el alma no cede su gobierno al espíritu, éste no puede gobernar. 
El alma es el amo de la persona porque incluye la voluntad. Si el espíritu controla todo el ser, ello se debe a que el alma cedió y tomó una posición sumisa. Si el alma se rebela, el espíritu no tiene poder para controlarla. En esto consiste “el libre albedrío”. El hombre tiene pleno derecho a tomar sus propias decisiones, pues no es una máquina controlada por la voluntad de Dios. El tiene su propia facultad de reflexión. Puede escoger obedecer la voluntad de Dios, o puede oponerse a ella y seguir la voluntad del diablo. Según lo que Dios dispuso, el espíritu es la parte más noble y debe controlar todo el ser del hombre. Sin embargo, la voluntad del hombre (el alma) tiene potestad de escoger si permite que el espíritu gobierne o si deja que lo haga el cuerpo, o puede hacer que el yo presida. Debido a que el alma es tan poderosa, la Biblia la llama “alma viviente”. 
EL ESPIRITU
Es muy importante que los creyentes sepan que tienen un espíritu. Más adelante veremos que toda comunicación entre Dios y el hombre se produce en el espíritu. Si un creyente no sabe qué es su espíritu, no sabrá cómo tener comunión con Dios en el espíritu, y sustituirá la obra del espíritu por actividades del alma, como por ejemplo, las de la mente y la parte emotiva. Como resultado, permanecerá en la esfera del alma y no llegará a la esfera espiritual. 
De acuerdo con lo que enseña la Biblia y según la experiencia del creyente, se puede decir que el espíritu del hombre está compuesto de tres partes, o que tiene tres funciones. Estas tres partes son la conciencia, la intuición y la comunión o adoración.
La conciencia es el órgano que discierne entre lo correcto y lo incorrecto, lo cual no es afectado por el conocimiento intelectual; es más bien un juicio directo y espontáneo. Si un hombre comete un error en su conducta, su conciencia lo censurará. 
La intuición es la percepción que se tiene dentro del espíritu (llamada comúnmente “el 6° sentido”). Esta percepción es directa y no depende de nada más; no necesitamos la ayuda de la mente ni de la parte emotiva ni de la voluntad para tener este conocimiento, ya que viene directamente de la intuición. Por medio de la intuición, el hombre puede verdaderamente “conocer” la voluntad de Dios, recibir revelación e iluminación espiritual. Los creyentes conocen todas las revelaciones de Dios y toda la actividad del Espíritu Santo por medio de la intuición. El creyente debe seguir la voz de la conciencia y la instrucción de la intuición.
La comunión que se tiene en el espíritu es la adoración a Dios. Dios no viene por medio de nuestros pensamientos ni nuestras emociones ni nuestros deseos. A Dios se le conoce directamente por medio del espíritu, es decir, por medio del “hombre interior”, y no por medio del alma, que es el hombre exterior. 

EL ALMA
Además del espíritu, el órgano con el cual nos comunicamos con Dios, también tenemos alma. En ella el hombre está consciente de sí mismo y de su propia existencia. El alma es el órgano que constituye la personalidad del hombre. Todo lo que incluye la personalidad, es decir, todo elemento que constituye al hombre como tal, es parte del alma. Su intelecto, su mente, sus ideales, su amor, sus reacciones, sus juicios, su voluntad, etc., todo ello es parte del alma. Ya dijimos que el espíritu y el cuerpo están fusionados en el alma. Por eso, ella constituye la personalidad del hombre y el centro de su ser. Por esta razón la Biblia llama alma al hombre, como si fuera la única parte que tuviese. La existencia del hombre, sus características y su vida provienen de su alma. Por eso la Biblia llama a los hombres almas.
Los tres elementos principales que conforman la personalidad del hombre o sea el alma son: la voluntad, la mente o razón y la parte afectiva o emociones.
La voluntad le permite al hombre tomar decisiones. Sin la voluntad, el hombre sería una máquina, el hombre tiene “libre albedrío” lo que le da el derecho pero también la responsabilidad de decidir.
La mente o razón es nuestro intelecto, allí pensamos. Nuestra inteligencia, conocimiento, y todo lo que incumbe a nuestra capacidad mental procede de la mente. Sin la mente, el hombre sería incoherente.
La parte emotiva es el asiento de los sentimientos y emociones, del amor, el odio y los demás sentimientos. Podemos amar, odiar, regocijarnos, enojarnos, entristecernos y alegrarnos mediante esta facultad. Sin ella, el hombre sería insensible como una piedra. 

LAS PARTES ESENCIALES DEL HOMBRE EN LA CREACIÓN.
Cuando el hombre fue creado, Dios estableció una relación de equilibrio en el ser humano donde el espíritu, la parte del ser en comunión con Dios, gobernaba al alma pues ésta se sometía a él voluntariamente, así el cuerpo también quedaba sujeto. 

LAS PARTES ESENCIALES DEL HOMBRE EN LA CAÍDA.

Cuando el hombre desobedeció a Dios, este se rebeló ejerciendo su derecho de “libre albedrío”, trayendo la muerte como castigo por el pecado (Rom. 6:23). La muerte decretada como castigo judicial tiene varios momentos, en función del poder de la vida que había en el hombre.
El efecto inmediato es la muerte espiritual, la cual significa separación de Dios. Es decir, la conexión o comunicación que permitía la relación del hombre con Dios queda cortada por decreto Divino. El pecado ahora separa al hombre de Dios, el cual es Santo y puro, por lo que no puede relacionarse con el pecado.
Esta muerte espiritual o muerte del espíritu humano no significa que el espíritu deja de existir, porque este es eterno por proceder de Dios. Significa que ahora está imposibilitado de relacionarse con Dios y queda inactivo, lo que en cuanto a relación con Dios, equivale a muerto.

Ahora el alma, sin el control del espíritu, que está inactivo, toma el control del ser y reina el “yo” en el hombre. Ahora vive para sí mismo y no para cumplir el propósito establecido por Dios. Sin su relación con Dios el alma se va degradando de modo que ahora sus pensamientos, deseos, sentimientos y decisiones se corrompen alejándose cada vez más de la voluntad Divina hasta degradarse completamente. (Gen 6:5).

El cuerpo físico, sin la relación sustentadora con su fuente de vida, comienza el proceso de muerte, enfermando, envejeciendo, hasta llegar al punto de muerte.

LA ESPERANZA DEL HOMBRE.

Dios, quien ama al hombre por ser Su creación especial, “Su imagen y semejanza” tiene diseñado un plan de rescate que cumple y satisface plenamente Su justicia perfecta.
La biblia dice en Juan 3:16,17  “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él”. 
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Espero sus comentarios, sugerencias y preguntas o dudas.


viernes, 27 de marzo de 2015

El misterio de Dios.





Desde los siglos eternos, Dios tuvo un misterio escondido. Tras la caída del hombre este misterio fue sistemáticamente anunciado con abundancia de señales, que pocos, sin embargo, vieron. Cumplido el tiempo, Dios reveló plenamente este misterio, el cual es Jesucristo su amado Hijo, como asimismo el plan concebido para su preeminencia y gloria.
Pablo dice que Dios tenía un misterio “desde los siglos” (Ef.3:9), “desde los siglos y edades” (Col.1:26), “desde tiempos eternos” (Rom.16:25). Este misterio fue revelado “a sus santos apóstoles y profetas” (Ef.3:5), especialmente a Pablo (Ef.3:8-9), en los comienzos de la Iglesia. En este misterio estaba escondido también su propósito eterno.
Este misterio era tan extraordinariamente glorioso, que el hombre que fue depositario de él tuvo que recibir un aguijón en su carne para que no se envaneciese. (2ª Cor.12:7). Su conocimiento era tal, que despertaba la admiración incluso de apóstoles tan cercanos al Señor como Pedro (2ª Pedro 3:15-16).
Este misterio estuvo guardado durante todo el período del Antiguo, y también durante el ministerio del Señor Jesús. Aunque este misterio tenía al Señor Jesús como su centro, y era Él quien le daba sentido, nadie durante su ministerio terrenal lo conoció en toda su dimensión, ni siquiera sus discípulos más íntimos.
Estos vieron las obras del Señor, pero no lo conocieron íntimamente. Algunos de ellos, en algunas ocasiones, vieron fugazmente su gloria (Mateo 17:1-2), o recibieron alguna revelación procedente del Padre respecto de Él (Mateo 16:16-17), pero no entendían lo que estas cosas significaban. Cuando el Señor murió, el testimonio que ellos tenían de él era muy pobre. (24:19-27). Incluso en el momento previo a su ascensión, los discípulos ignoraban cuál era el propósito de Dios tocante al Señor (Hechos 1:6).
En todo esto el Señor Jesús tuvo otro motivo de sufrimiento. No sólo vino para morir como un Cordero, sino que fue desconocido, ignorado, incomprendido y rechazado. El misterio escondido de Dios preparado de antemano para ser dado como un regalo a los hombres fue pisoteado por los hombres.
Este misterio fue mantenido tal, que los profetas antiguos, pese a que fueron muy amados y recibieron muchas revelaciones, no lo conocieron (1ª Pedro 1: 10-12; Heb.11:39-40; Daniel 12:8-9). Tampoco los ángeles lo supieron, aunque anhelaban conocerlo (1ª Ped.1:12 b). Éstos fueron notificados de él recién a través de la iglesia (Efesios 3:10). 1
Algunas señales fueron dejadas
Después de la caída del hombre, Dios comenzó a dejar algunas señales diseminadas por aquí y por allá que anunciaban este misterio. Sin embargo, o bien fueron pasadas por alto o fueron malinterpretadas por quienes las leyeron.
Los judíos sabían que habría de venir el Cristo, e interpretaban acertadamente algunas profecías tocante a su persona (Mateo 2:4-5), pero en general su conocimiento era muy escaso. No supieron interpretar, por ejemplo, Isaías 53 (esperaban un Mesías político), y tampoco tuvieron ninguna acerca de la Iglesia, que no obstante es un asunto ampliamente anunciado (aunque alegóricamente) en el Antiguo Testamento, y muy cercano al Señor. 2
¿La razón? El conocimiento de este misterio se obtiene sólo por revelación de Dios. Pedro pudo conocer quién era Jesús por revelación del Padre. (Mateo 11:27; 16:17). Luego de Pentecostés, sería el Espíritu Santo el encargado de dar a conocer a los santos, a los “espirituales”, la “sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria” (1ª Corintios 2:7). El hombre natural, mediante la sabiduría humana, no la puede conocer (1ª Cor.2:14).
Figuras y sombras
Si reuniésemos todas las claves que Dios fue diseminando en el Antiguo Testamento podríamos reconstituir, como un gran rompecabezas, muchos aspectos de la Persona en quien se encerraba el misterio y de la obra que realizaría, como también de los alcances y propósitos que perseguía Dios con ese misterio cuando fuera revelado.
Nosotros ahora estamos en condiciones de verlo, porque tenemos el Espíritu Santo dentro de nosotros que nos revela todas las cosas, pero en su tiempo era muy difícil de ver.3 En realidad, en el pasado nadie lo conoció. Tal vez algunos profetas antiguos (Abraham, Jacob, Moisés, Isaías, etc.) barruntaron algo. Abraham recibió la promesa de que habría de verlo (Juan 8:56); pero ¿cuánto vio de verdad en sus días?
Desde Génesis 3 hasta Éxodo 24 están las primeras claves que anuncian algunos aspectos de este misterio.4 Pero es desde Éxodo 25 que comienza a desarrollarse una de las alegorías más claras acerca de él. Se trata del tabernáculo en el desierto.
Dios quería habitar con el hombre para, a través de él, consumar su propósito eterno. El gran Dios que se paseaba en el Edén (Génesis 3:8) y que comió con Abraham (Génesis 18:8) quería ir más allá que eso: quería habitar con el hombre. Ese deseo se lo expresó a Moisés, y para ello le entregó el diseño del tabernáculo. (Éxodo 25:8-9). La razón de ser del tabernáculo en el desierto es que Dios quería habitar con el hombre.
Pero, ¿era el tabernáculo la expresión perfecta de este deseo de Dios, o era todavía un tipo lleno de figuras acerca del Cristo, el cual habría de ser la verdadera habitación de Dios entre los hombres?
Las detalladas especificaciones, la rigurosidad y excelencia de su diseño, los finos y ricos materiales usados en su construcción, todo daba testimonio de que Dios cifraba en él, mediante claves muy perfectamente ordenadas, toda una profecía del Cristo, de su Persona y de su obra. 5
La realidad
Cumplido el tiempo, el verdadero tabernáculo de Dios con los hombres se manifestó. El Dios eterno, invisible al ojo humano, inaccesible para el mortal, se reveló plenamente en Cristo (Col.2:9), quien le dio a conocer al hombre. (Juan 1: 18).
La encarnación de Cristo, es decir, la manifestación de Dios en un Hombre para que habitase entre los hombres, era un hecho tan fundamental que el Padre hizo los preparativos con tiempo, y fue dejando una estela de avisos, que se hacían más patentes en la medida que se acercaba el día. Como las fechas largamente esperadas, que se acarician en el corazón, y se planifican en sus más mínimos detalles, así fue la preparación del día glorioso en que el Verbo habría de hacerse carne. Ahora Dios no habitaría en un edificio, sino en una Persona. No en una casa hecha por manos humanas, sino en su mismísimo Hijo, quien sería “Emanuel”, “Dios con nosotros”. (Mateo 1:23). “Dios estaba en Cristo...”, dice Pablo en 2ª Corintios 5:19. El Señor Jesús dijo: “Y creáis que el Padre está en mí” (Juan 10:38). “El Padre (es) en mí” (Juan 14:11). “Tú en mí” dijo el Señor al Padre en su oración sacerdotal de Juan 17 (v.23).
Sin embargo, todavía no era el cumplimiento del deseo íntimo de Dios. Dios no sólo quería habitar entre los hombres (como en Éxodo), ni sólo con los hombres (como en Mateo 1:23), sino en, es decir, dentro del hombre.
Cristo en nosotros
Este propósito de Dios se cumplió luego que el Señor ascendió a los cielos y envió el Espíritu Santo de la promesa. El Señor les había dicho a sus discípulos que no les dejaría huérfanos, que vendría otra vez a ellos (Juan 14:18). Así, pues, el Señor vino e hizo morada en sus discípulos, cumpliéndose el deseo de Dios de habitar en (dentro de) su pueblo. Pablo lo dice: “Cristo en vosotros” (Colosenses 1:27)
La morada de Dios dentro de su pueblo le convierte a éste en gente especial. Pueden ser –y de hecho lo son– gente común, vasos de barro, pero su contenido es glorioso: un tesoro, el más grande que puede alguien contener. El tesoro que contienen les hace especiales. (2ª Corintios 4:7).
Cristo en nosotros es la vida divina metida dentro de criaturas mortales, lo cual asegura una suerte de eterna gloria, la resurrección de los muertos (o la transformación en un abrir y cerrar de ojos), y la herencia eterna.
Pero no es todo.
Cristo, nuestra vida
El propósito de Dios va todavía más allá. El quiere que Cristo sea nuestra vida. (Colosenses 3:4). No sólo que viva en nosotros sino que se transforme en el centro, motor y razón de ser de toda nuestra existencia.
Para que esto sea posible es preciso que se produzca un canje. Que nuestra vida mengüe para que Cristo crezca. O, mejor, que ya no vivamos nosotros, sino que Cristo viva en nosotros. (Gálatas 2:20). Nuestro “yo” es restado y Cristo es incrementado en nosotros. Esta verdad se convierte en una realidad vivida cuando por la fe la creemos y asumimos.
Hay tres maneras cómo nosotros somos quitados de en medio para que Cristo prevalezca en nosotros: por medio de la disciplina del Padre (Hebreos 12:5-9), por medio de la obra de quebrantamiento y reconstrucción del Espíritu Santo (Hechos 16:6-7; 8:29; 1ª Pedro 4:12-13), y por el lavamiento del agua por la Palabra. (Efesios 5:26-27).
Si somos sumisos a esta triple obra, entonces Cristo puede llegar a ser el Señor de nuestras vidas, y más aun que eso, nuestra vida entera. 6
Cristo, el todo en todos
Sin embargo, decir que Cristo es nuestra vida podría significar hablar todavía en términos relativos, porque nuestra vida puede estar aún parcialmente y no totalmente cedida a Él.
En cambio, asumir que Cristo es “el todo, en todos” (Colosenses 3:11) es alcanzar plenamente el objetivo de Dios, es decir, que cada creyente en particular y todos los creyentes en general contengamos y expresemos a Cristo plenamente. No sólo unos pocos creyentes aventajados, más maduros, sino el cuerpo entero, la Iglesia, en que están incluidos griegos y judíos, circuncisos e incircuncisos, bárbaros y escitas, siervos y libres.
Un cuerpo de creyentes que han cedido todo a Cristo, para que Él sea el todo, es el perfecto agrado del Padre. Dios no se agrada sino en su Hijo amado, y todos los que han aceptado morir para que Él viva agradan plenamente Su corazón. Con estos creyentes así edificados en un Cuerpo, Dios consumará su propósito eterno sin impedimento alguno, porque ellos son Cristo y nada más.
Estos creyentes así despojados de sí mismos, habitarán también en una creación nueva, redimida de la esclavitud de corrupción (Romanos 8:21), creación también reconciliada con Dios por la sangre de Cristo (Colosenses 1:20). Ella será el marco adecuado para la expresión plena del cumplimiento del propósito de Dios, hecho en Cristo antes de los tiempos de los siglos.
El que Cristo sea el todo en todos (y en todo), es la revelación plena del misterio de Dios, y es el cumplimiento de su propósito y plan eternos.
Que el Señor nos conceda espíritu de sabiduría y revelación para verlo, y para colaborar en ello. Para gloria de Dios y para la preeminencia del Hijo de su amor.
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miércoles, 18 de marzo de 2015

Cristo: Nuestro alimento completo.


Deu 8:3  “Y te afligió, y te hizo tener hambre, y te sustentó con maná, comida que no conocías tú, ni tus padres la habían conocido, para hacerte saber que no sólo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre”. (Juan 1:1)
Juan 6:53-54  “Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero”.
Juan 6:51  “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo”.
Juan 6:63  “El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida”.
1Co 10:3-4  “y todos comieron el mismo alimento espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo”.
Juan 4:14  “mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna”.
Apo 2:7  “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios”.
Apo 2:17  “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, daré a comer del maná escondido,…”
Comer a Cristo como “El cordero que quita el pecado” Juan 1:29; Exo. 12:3,6,8
Comer a Cristo como “El maná diario” Juan 6:49-51; Mat. 6:11; Exo. 16:35
Comer a Cristo como “El producto de la tierra” Josué 5:12; Deu. 8:7-10
Comer a Cristo como “El árbol de la vida” Gen. 2:9; Apo. 22:2
Comer a Cristo como “La Palabra de Dios” Juan 1:1; Apo. 19:3; Jer. 15:16; Eze. 3:1-3; Sal. 119:103

Cuando uno come y bebe, el cuerpo digiere el alimento y se apropia de él, haciéndolo parte de sí mismo, de igual modo, comer a Cristo significa permitirle hacerse parte de nosotros (1Cor. 6:17; Gal. 4:19; Rom. 8:29).  
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viernes, 13 de marzo de 2015

El Conocimiento de Cristo. Parte II

LA HUMANIDAD DE CRISTO.

El nacimiento virginal.
Cuando hablamos de la humanidad de Cristo es apropiado empezar hablando del nacimiento virginal de Cristo. Las Escrituras claramente afirman que Jesús fue concebido en el vientre de su madre María mediante la acción milagrosa del Espíritu Santo y sin padre humano (Mt 1:18-25).
El nacimiento virginal hizo posible que se pudiera unir en una sola persona la deidad en su plenitud y la humanidad en su plenitud, también que Jesús naciera  completamente humano pero sin la herencia de pecado. ¿Pero por qué Jesús no heredó una naturaleza pecaminosa de parte de María? Una solución es decir que la obra del Espíritu Santo en María debe haber prevenido no solo la transmisión del pecado de José (porque Jesús no tuvo padre humano), sino también, en una forma milagrosa, la transmisión del pecado de María.
Jesús tuvo un cuerpo humano: El hecho de que Jesús tuviera un cuerpo humano como nosotros lo podemos ver en muchos pasajes de las Escrituras. Nació de la misma manera que nacen todos los demás seres humanos (Lc 2:7). Creció como niño hasta llegar a la edad adulta como todos los niños lo hacen. «El niño crecía y se fortalecía; progresaba en sabiduría, y la gracia de Dios lo acompañaba» (Lc 2:40). Además, Lucas nos dice que «Jesús siguió creciendo en sabiduría y estatura, y cada vez más gozaba del favor de Dios y de toda la gente» (Lc 2:52). Jesús se cansaba como todos nosotros, porque leemos que «Jesús, fatigado del camino, se sentó junto al pozo» Gn 4:6) en Samaria. Sintió sed, porque cuando estaba en la cruz dijo: «Tengo sed» Gn 19:28). Después de haber ayunado durante cuarenta días en el desierto, leemos que «tuvo hambre» (Mt 4:2).
Jesús tuvo un alma humana.
 Las emociones humanas: Vemos varias indicaciones de que Jesús tuvo alma humana (o espíritu). Poco antes de su crucifixión, Jesús dijo: «Ahora todo mi ser está angustiado» Gn 12:27).Juan nos dice un poco después: «Dicho esto, Jesús se angustió profundamente» Gn 13:21). En ambos versículos la palabra angustiar representa al término griego tarasso, una palabra que se usa con frecuencia para referirse a personas con ansiedad o sorprendidos repentinamente por un peligro: Además, antes de la crucifixión al darse cuenta del sufrimiento que iba a enfrentar, dijo: “Mi alma está muy triste, hasta la muerte;…” (Mt 26:38). Lloró con tristeza por causa de la muerte de Lázaro Gn 11:35).
La mente. Como parte de su alma humana Jesús pensaba y razonaba como humano El hecho de que Jesús «siguió creciendo en sabiduría » (Lc 2:52) nos dice que pasó por un proceso de aprendizaje como lo hacen todos los niños. Aprendió a comer, a hablar, a leer y escribir, y cómo ser obediente a sus padres (vea He 5:8). Este proceso de aprendizaje común a todos fue parte de la auténtica humanidad de Cristo.
También podemos ver que Jesús tuvo una mente como la nuestra cuando habla del día en que regresará a la tierra: «Pero en cuanto al día y la hora, nadie lo sabe, ni siquiera los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino solo el Padre» (Mr 13:32).
La voluntad. De igual manera, Cristo tuvo una voluntad humana y “libre albedrío” que le permitía decidir por sí mismo, pero él rindió su voluntad a la del padre. Si no hubiera tenido voluntad como parte de su alma humana no hubiere podido ser tentado en semejanza a nosotros. Heb. 4:15 dice: “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”.
Una cita bíblica que nos revela la voluntad humana de Jesús sometiéndose a la del Padre es Mat 26:39 “Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú”.
El espíritu. Podemos creer que Jesús tuvo un espíritu humano semejante al de Adán porque era la única forma de satisfacer plenamente la equivalencia que la justicia requería para la sustitución redentora. 1Co 15:22,45 “Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados… Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante”. Éxo 21:23 “Más si hubiere muerte, entonces pagarás alma por alma”. Recordemos que en el A.T. alma se usa normalmente para referirse al hombre mismo como un todo, por cuanto el alma es la personalidad. Obviamente había un espíritu humano en Jesús, mezclado o unido al Espíritu Divino, pues Jesús también era Dios.
Al mirar a lo largo del Nuevo Testamento, vemos varias razones de por qué Jesús tenía que ser completamente humano si es que iba a ser el Mesías y ganar nuestra salvación. Podemos mencionar varias de estas razones.
Para obediencia representativa.
 Como ya notamos en el capítulo sobre los pactos entre Dios y el hombre, Jesús era nuestro representante y obedeció por nosotros allí donde Adán había fallado y desobedecido. Lo vemos en el paralelismo entre la tentación de Jesús (Lc 4:1-13) y el tiempo de la prueba de Adán y Eva en el huerto del Edén (Gn 2:15-3:7). Aparece también claramente reflejado en las reflexiones de Pablo sobre el paralelismo entre Adán y Cristo, y en la desobediencia de Adán y obediencia de Cristo: “Por tanto, así como una sola transgresión causó la condenación de todos, también un solo acto de justicia produjo la justificación que da vida a todos. Porque así como por la desobediencia de uno solo muchos fueron constituidos pecadores, también parla obediencia de uno solo muchos serán constituidos justos (Ro 5: 18-19). Por esto Pablo puede llamar a Cristo el «último Adán» (1 Cor. 15:45) y puede llamar a Adán el «primer hombre» ya Cristo el «segundo hombre» (1 Cor. 15:47).Jesús tenía que ser un hombre a fin de ser nuestro representante y obedecer en nuestro lugar.
Ser un sacrificio vicario.
Vicario, -ria adj. /s. m. y f.: Se aplica a la persona que sustituye a otra en sus funciones o la ayuda, teniendo el mismo poder y las mismas facultades. 
 Si Jesús no hubiera sido un hombre, no hubiera podido morir en nuestro lugar y pagar el castigo que justamente nos correspondía. El autor de Hebreos nos dice que «ciertamente, no vino en auxilio de los ángeles sino de los descendientes de Abraham. Por eso era preciso que en todo se asemejara a sus hermanos, para ser un sumo sacerdote fiel y misericordioso al servicio de Dios, a fin de expiar los pecados del pueblo» (Heb. 2:14,16-17). Jesús tenía que ser un hombre, no un ángel, porque Dios estaba preocupado con la salvación de los hombres, no de los ángeles. Pero para hacer eso «era preciso que en todo se asemejara a sus hermanos», con el fin de que expiara nuestros pecados, el sacrificio que es una sustitución aceptable de nosotros. Es importante que nos demos cuenta de que a menos que Cristo fuera completamente humano, no podía haber muerto para pagar el castigo por los pecados del hombre. No hubiera podido ser un sacrificio que nos sustituyera a nosotros.
Para ser el único mediador entre Dios y los hombres.
Debido a que estábamos alejados de Dios por el pecado, necesitábamos a alguien que viniera a ponerse entre Dios y nosotros y nos llevara de vuelta a él. Necesitábamos un mediador que pudiera representamos ante Dios y que pudiera representar a Dios ante nosotros. Hay solo una persona que haya cumplido alguna vez con esa función: «Porque hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre» (1 Ti 2:5). A fin de cumplir con esta función de mediador, Jesús tenía que ser completamente hombre y a la vez completamente Dios.
Para ser nuestro ejemplo y modelo en la vida.
Juan nos dice: «El que permanece en él, debe vivir como él vivió» (1 Jn 2:6), y nos recuerda que «cuando Cristo venga seremos semejantes a él» y esta esperanza de conformamos al carácter de Cristo en el futuro nos da ahora una pureza moral creciente en nuestra vida (1 Jn 3:2-3). Pablo nos dice que «somos transformados a su semejanza» (2 Cor. 3:18), y de esa forma vamos progresando hacia la meta para la cual Dios nos salvó, de que seamos «transformados según la imagen de su Hijo» (Ro 8:29). Pedro nos dice que tenemos que considerar el ejemplo de Cristo especialmente en el sufrimiento: «Cristo sufrió por ustedes, dándoles ejemplo para que sigan sus pasos» (1 P 2:21). A lo largo de nuestra vida cristiana, tenemos que correr la carrera que tenemos propuesta delante de nosotros, puesta “la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe” (He 12:2). Si llegamos a desalentarnos por causa de la hostilidad y oposición de los pecadores, tenemos que considerar “a aquel que perseveró frente a tanta oposición por parte de los pecadores” (He 12:3). Jesús es también nuestro ejemplo en la muerte. La meta de Pablo es “llegar a ser semejante a él en su muerte” (Fil. 3:10;  Hch. 7:60; 1 P 3:17-18,4:1). Nuestra meta debiera ser hacernos semejantes a Cristo todos los días de nuestra vida, hasta el momento de la muerte, y morir con obediencia inquebrantable a Dios, en semejanza a Cristo.
Para ser el modelo de nuestros cuerpos redimidos.
Pablo nos dice que cuando Jesús resucitó de entre los muertos lo hizo con un cuerpo nuevo que “resucitará en incorrupción... en gloria... un cuerpo espiritual” (1 Cor. 15:42-44). Este nuevo cuerpo de resurrección que Jesús tenía cuando se levantó de la tumba es el modelo que muestra cómo serán nuestros cuerpos cuando resuciten de entre los muertos, porque Cristo es “las primicias” (1 Cor. 15:23). Nosotros tenemos ahora un cuerpo físico como el de Adán, pero tendremos uno como el de Cristo: “y así como hemos llevado la imagen de aquel hombre terrenal, llevaremos también la imagen del celestial” (1 Cor. 15:49). Jesús tenía que resucitar como hombre a fin de ser el “primogénito de la resurrección” (Col 1:18), el modelo de los cuerpos que tendríamos después.

Para compadecerse como sumo sacerdote.
El autor de Hebreos nos recuerda que “por haber sufrido él mismo la tentación, puede socorrer a los que son tentados” (He 2:18; 4:15-16). Si Jesús no hubiera sido un hombre, no habría sido capaz de conocer por experiencia todo lo que nosotros pasamos en nuestras tentaciones y luchas en esta vida. Pero debido a que él ha vivido como hombre, está en condiciones de compadecerse completamente de nuestras experiencias.

Jesús será un hombre para siempre.
Jesús no dejó a un lado su naturaleza humana después de su muerte y resurrección, porque apareció a sus discípulos como un hombre después de la resurrección, incluso con las cicatrices de los clavos en las manos (Jn 20:25-27). Él tenía «carne y huesos» (Lc 24:39) y tomó alimentos (Lc 24:41-42). Más tarde, mientras hablaba con sus discípulos, fue llevado al cielo, todavía en su cuerpo resucitado, y dos ángeles prometieron que regresaría de la misma manera: «Este mismo Jesús, que ha sido llevado de entre ustedes al cielo, vendrá otra vez de la misma manera que lo han visto irse» (Hch 1:11). Tiempo después, Esteban miró al cielo y vio a Jesús, «al Hijo del Hombre de pie a la derecha de Dios» (Hch 7:56). Jesús también se le apareció a Saulo en el camino a Damasco y dijo: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues» (Hch 9:5), una aparición que Saulo (Pablo) más tarde equiparó a las apariciones de la resurrección a otros (1 Cor. 9:1; 15:8).
En las visiones de Juan en Apocalipsis, Jesús todavía aparece como «semejante al Hijo del Hombre» (Ap 1:13), aunque está revestido de gran gloria y poder, y su aparición hace que Juan caiga a sus pies lleno de admiración (Ap 1: 13-17). Él promete que un día beberá de nuevo del fruto de la vid con sus discípulos en el reino de su Padre (Mt 26:29) y nos invita a una gran fiesta de bodas en el cielo (Ap 19:9). Además, Jesús continuará ejerciendo para siempre sus oficios de profeta, sacerdote y rey, todos ellos llevados a cabo en virtud del hecho de que él es tanto Dios como hombre para siempre.
Todos estos textos indican que Jesús no se hizo hombre temporalmente, sino que su naturaleza divina quedó permanentemente unida a su naturaleza humana, y que vive para siempre no solo como el eterno Hijo de Dios, sino también como Jesús, el hombre que nació de María, y como Cristo, el Mesías y Salvador de las personas. Jesús permanecerá completamente Dios y hombre, en una sola persona, para siempre.
En ocasiones se ha usado la siguiente frase en el estudio de la teología sistemática para resumir la doctrina de la encarnación: «Siguió siendo lo que él era, se convirtió en lo que no era». En otras palabras, si bien Jesús «siguió siendo» lo que era (es decir, completamente divino), también se hizo lo que previamente no había sido (es decir, completamente humano). Jesús no renunció a nada de su deidad cuando se hizo hombre, pero sí tomó sobre sí la humanidad que antes no había tenido.


Al final de este largo estudio, puede resultar fácil para nosotros perder de vista lo que de verdad se enseña en la Biblia. Es con mucho el milagro más asombroso de toda la Biblia, mucho más asombroso que la resurrección e incluso que la creación del universo. El hecho de que el eterno, omnipotente e infinito Hijo de Dios pudiera hacerse hombre y unirse a la naturaleza humana para siempre, de tal manera que el Dios infinito se hiciera una persona con el hombre finito, permanecerá por toda la eternidad como el más profundo de los milagros y el más profundo de los misterios del universo. 

El Conocimiento de Cristo. Parte I

 Col 1:27  “a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”

Introducción.
El conocimiento de Jesús no es solamente una cuestión de historia sino que es una crisis moral y de vida que debe ser resuelta. Tener fe y un conocimiento del Señor Jesucristo no es simplemente un asunto intelectual y cognitivo. Conocer a Jesús tiene implicaciones morales para el pasado, el presente y la eternidad. Conocer a Jesús va a influir moralmente el destino de los que lo aceptan y de los que lo rechazan.
El apóstol Pedro presentó este conflicto judicial y moral al pueblo de Israel en el día de Pentecostés (33 A.D). “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo. Al oír esto, se compungieron de corazón y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:36-38).
Si nosotros, viviendo en el siglo 21, hemos ignorado la existencia, la vida, el sacrificio o el reinado de Cristo, somos culpables delante del Padre.
La persona de Cristo
¿Cómo es que Jesús es completamente Dios y completamente hombre y, no obstante, es una sola persona?
Podemos resumir la enseñanza bíblica sobre la persona de Cristo de la siguiente manera: Jesucristo era completamente Dios y completamente hombre en una sola persona, y lo será para siempre. El material bíblico que apoya esa definición es amplio. Estudiaremos primero la Deidad de Cristo, y luego su humanidad, y entonces intentaremos mostrar cómo la deidad y la humanidad de Jesús están unidas en la persona de Cristo.

LA DEIDAD DE CRISTO.
Para completar la enseñanza bíblica acerca de Cristo Jesús, debemos afirmar no solo que era completamente humano, sino que también era completamente divino. La doctrina de la Deidad de Cristo es una de las doctrinas cristianas que más ha sufrido en los últimos años. El debate contemporáneo se ha concentrado en la negación rotunda de la deidad de Cristo. Tal negación ha sido acompañada de un escepticismo hacia las Escrituras. Es natural que ambas actitudes marchen juntas. No se puede creer en la deidad de Cristo sin creer en el testimonio de las Escrituras. Los que niegan la deidad de Jesús rehúsan aceptar la validez del testimonio del Nuevo Testamento. Afirman que los escritores del Nuevo Testamento escribieron bajo la influencia del medio cultural en que vivieron. Algunos opinan que los títulos usados con referencia a Cristo, tales como «hijo de Dios» e «hijo del hombre», son de origen helenístico y tuvieron su origen en la iglesia primitiva, no en las enseñanzas dadas por el mismo Jesús.
Muchos estudiosos de la Biblia, sin embargo, reconocen la centralidad de la doctrina de la deidad de Cristo. Reconocen, además, que dicha doctrina constituye la piedra angular de la fe cristiana. Esa convicción se deriva del estudio de las Escrituras y de la confianza de que lo que la Biblia dice acerca de Cristo es realidad histórica y no meras lucubraciones de hombres piadosos. En resumen, nadie puede negar la deidad de Cristo sin antes haber negado la autoridad de la Palabra de Dios.
La iglesia ha usado el término encarnación para referirse al hecho que Jesús es Dios en carne humana. La prueba bíblica de la deidad de Cristo es muy amplia en el Nuevo Testamento. La examinaremos bajo varias categorías.
Afirmaciones bíblicas directas.
En esta sección examinaremos declaraciones directas de las Escrituras de que Jesús es Dios o que él es divino.
Se usa la palabra Dios (Teos) para referirse a Cristo: Aunque la palabra «Dios» está generalmente reservada en el Nuevo Testamento para Dios el Padre, encontramos varios pasajes donde se usa para referirse a Cristo Jesús. En todos estos pasajes se emplea la palabra «Dios» en el sentido fuerte para referirse al que es el Creador del cielo y de la tierra, el que reina sobre todas las cosas. Estos pasajes incluyen a Juan 1:1; 1:18 (en los manuscritos mejores y más antiguos); Juan 20:28; Romanos 9:5; Tito 2:13; Hebreos 1:8 (citando Sal 45:6); y 2 Pedro 1:1. Es suficiente notar que hay al menos siete de estos pasajes claros en el Nuevo Testamento que se refieren explícitamente a Jesús como Dios.
Un ejemplo del Antiguo Testamento del nombre Dios aplicado a Cristo lo vemos en el conocido pasaje mesiánico de Isaías 9:6: «Nos ha nacido un niño, se nos ha concedido un hijo; la soberanía reposará sobre sus hombros, y se le darán estos nombres: Consejero admirable, Dios fuerte...».
Se usa la palabra Señor (Kyrios) para referirse a Cristo.
En ocasiones la palabra Señor (gr. kyrios) se empleaba simplemente como una forma cortés de tratar a un superior, parecido a nuestra palabra señor (vea Mt 13:27; 21:30; 27:63; Jn 4:11). Otras veces puede solo significar «amo» de un siervo o esclavo (Mt 6:24; 21:40). No obstante, se usa esa misma palabra en la Septuaginta (la traducción griega del Antiguo Testamento que era de uso común en el tiempo de Cristo) como traducción del hebreo yhwh, «Yahweh», o (como ha sido frecuentemente traducido) «el Señor» o «Jehová». La palabra kyrios se usa 6.814 veces para traducir el nombre del Señor en el griego del Antiguo Testamento. Por tanto, cualquier lector de habla griega del tiempo del Nuevo Testamento que tuviera algún conocimiento del Antiguo Testamento en griego hubiera reconocido que, en contextos donde era apropiado, la palabra «Señor» era el nombre de aquel ser reconocido como el Creador y Sustentador del cielo y de la tierra, el Dios omnipotente.
Hay muchos casos en el Nuevo Testamento donde se usa «Señor» para referirse a Cristo en los que solo se puede entender con su fuerte sentido del Antiguo Testamento, «el Señor» que es Jehová o Dios mismo.
Vemos un ejemplo cuando Mateo dice que Juan el Bautista es uno que clama en el desierto diciendo: «Preparen el camino para el Señor, háganle sendas derechas» (Mt 3:3). Al decir esto Juan está citando Isaías 40:3, que nos habla de Dios mismo que viene a estar entre su pueblo. Pero el contexto aplica este pasaje al papel de Juan de preparar el camino para el Jesús que llegaba. La implicación es que cuando Jesús llega, el Señor mismo llega.
Jesús también se identifica a sí mismo como el Señor soberano del Antiguo Testamento cuando les pregunta a los fariseos acerca del Salmo 110: 1: «Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos debajo de mis pies» (Mt 22:44). La fuerza de esta declaración está en «Dios le dice a el Hijo [El Señor de David]: Siéntate a mi mano derecha... ». Los fariseos saben que él está hablando acerca de sí mismo e identificándose como alguien digno de llevar el título de kyrios, «Señor», del Antiguo Testamento.
Ese uso aparece con frecuencia en las epístolas, donde “el Señor” es un nombre común para referirse a Cristo. Pablo dice: «No hay más que un solo Dios, el Padre, de quien todo procede y para el cual vivimos; y no hay más que un solo Señor, es decir, Jesucristo, por quien todo existe y por medio del cual vivimos (1 Ca 8:6; cf. 12:3, y muchos otros pasajes en esta epístola paulina).
Un pasaje especialmente claro lo encontramos en Hebreos 1, donde el autor cita el Salmo 102, el cual habla de la obra del Señor en la creación y lo aplica a Cristo: “Tú, oh Señor, en el principio pusiste los cimientos de la tierra, y el cielo es obra de tus manos. Ellos perecerán, pero tú permaneces para siempre. Se desgastarán como un vestido, los doblarás como un manto, y cambiarán como ropa que se muda; pero tú eres siempre el mismo, y tus años nunca se acabarán” (He 1:10-12).
Aquí se habla explícitamente de Cristo como el eterno Señor del cielo y de la tierra que creó todas las cosas y permanecerá siempre el mismo. Un uso tan fuerte del término «Señor» para referirse a Cristo culmina en Apocalipsis 19: 16, donde vemos a Cristo que regresa como un rey conquistador, y «en su manto y sobre el muslo lleva escrito este nombre: Rey de reyes y Señor de señores».

Otras declaraciones fuertes de deidad.
Además de los usos de la palabra Dios y Señor para referirse a Cristo, contamos con otros pasajes que afirman firmemente la deidad de Cristo. Cuando Jesús dijo a sus oponentes judíos que Abraham había visto su día (el de Cristo), ellos se le enfrentaron: «Ni a los cincuenta años llegas, ¿y has visto a Abraham?» (Jn 8:57). Aquí una respuesta suficiente para probar la eternidad de Jesús hubiera sido: «Antes que Abraham fuera, yo era». En vez de eso, él hace una afirmación mucho más asombrosa: «Ciertamente les aseguro que, antes que Abraham naciera, ¡yo soy!» Gn 8:58). Jesús combina dos afirmaciones cuya secuencia no parece tener sentido: «Antes de que sucediera algo en el pasado [Abraham naciera], algo en el presente sucedió [yo soy]». Los líderes judíos reconocieron de inmediato que él no estaba hablando en acertijos o cosas sin sentido. Cuando él dijo «Yo soy» estaba repitiendo las mismas palabras que Dios usó para identificarse a sí mismo ante Moisés como «Yo soy el que soy» (Éx 3:14).Jesús estaba tomando para sí el título de «Yo soy», mediante el cual Dios declaró que era un Ser de existencia eterna, el Dios que es la fuente de su propia existencia y que siempre ha sido y siempre será. Cuando los judíos oyeron esta declaración solemne y enfática, supieron que él estaba afirmando ser Dios. «Entonces los judíos tomaron piedras para arrojárselas, pero Jesús se escondió y salió inadvertido del templo» (Jn 8:59).
Otra afirmación fuerte sobre la deidad es la declaración de Jesús al final del Apocalipsis: «Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin» (Ap 22: 13). Cuando eso se combina con la declaración de Dios en Apocalipsis 1:8, «Yo soy el Alfa y la Omega», constituye también una declaración fuerte que iguala su deidad con la de Dios. Jesús es soberano sobre toda la historia y toda la creación, él es el principio y el fin. En Juan 1:1, no solo se llama a Jesús «Dios», sino que también se refiere a él como «el Verbo» (gr. logos, la Palabra). Los lectores de Juan reconocerían en este término logos una referencia doble a la poderosa y creativa Palabra de Dios en el Antiguo Testamento mediante la cual los cielos y la tierra fueron creados (Sal 33:6) y al principio organizador y unificador del universo, aquello que, en el pensamiento griego, lo mantiene todo unido y le permite tener sentido. Juan está identificando a Jesús con ambas ideas y está diciendo que él no solo es la poderosa palabra creadora de Dios y la fuerza organizadora y unificadora en el universo, sino que también se hizo hombre: «y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre lleno de gracia y de verdad» Gn 1: 14). Aquí encontramos otra declaración fuerte de deidad conectada con una declaración explícita de que Jesús también se hizo hombre y habitó entre nosotros como hombre.
Otra evidencia clara de la deidad de Cristo es el hecho de que él es reconocido digno de ser adorado, algo que no corresponde a ninguna criatura, incluyendo a los ángeles (vea Ap 19: 10), sino solo a Dios. No obstante, las Escrituras dicen de Cristo que «Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios» (Fil2:9-11). Asimismo, Dios manda a los ángeles que adoren a Cristo, porque leemos que «al introducir su Primogénito en el mundo, Dios dice: "Que lo adoren todos los ángeles de Dios"» (He 1:6).
A Juan se le permite un vislumbre de la adoración que tiene lugar en el cielo, porque él ve a miles y miles de ángeles y criaturas angelicales alrededor del trono de Dios que dicen: « ¡Digno es el Cordero, que ha sido sacrificado, de recibir el poder, la riqueza y la sabiduría, la fortaleza y la honra, la gloria y la alabanza!» (Ap 5:12). Y luego dice: «y oí a cuanta criatura hay en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra y en el mar, a todos en la creación, que cantaban: "¡Al que está sentado en el trono y al Cordero, sean la alabanza y la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos!"» (Ap 5: 13). Cristo aparece aquí como «el Cordero, que ha sido sacrificado» y le es otorgada la adoración universal que solo le corresponde a Dios el Padre, lo que demuestra su igualdad en deidad
El Nuevo Testamento, en cientos de versículos explícitos llama a Jesús «Dios» y «Señor» y emplea un buen número de otros títulos de la deidad para referirse a él; y en muchos pasajes que le atribuyen acciones o palabras que solo podían ser ciertas de Dios, afirman una y otra vez la plena y absoluta deidad de Cristo Jesús, «A Dios le agradó habitar en él con toda su plenitud» (Col 1:19), y «Toda la plenitud de la divinidad habita en forma corporal en Cristo» (Col 2:9)

Concluimos que él es verdadera y completamente Dios. Lleva correctamente el nombre de «Emanuel» que significa «Dios con nosotros» (Mt 1:23). (continua en ParteII)